EL PERDÓN DE JUDAS (RELATO BREVE)
A mi hermano David y mis amigos y grandes artistas todos, Rafa Montes y Ángel Bollullos.
Judas resucitaba según el orden prescrito a todas y cada una de las cosas por su infinitesimal existencia. La carne de Cristo expiaba así incluso su propia inquina humana. Judas le seguía en su difícil concepción muerte tras muerte. La insalvable materialización supuesta sobre la misma cristiandad y su profeta instaba a Judas el Iscariote a presentarse una y otra vez en la rueda de la fortuna como el calculador del peso del Maestro. Judas no era un descreído sino más bien un constructor del mundo sin más miramiento que sus angulaciones personales. Cuando en aquella generación Cristo le emplazó a hacer lo suyo al instaurar la eucaristía, Judas culminó su obra. O más bien, comenzó su confuso periplo. Era así la muerte a Judas como la Vida a su maestro, maldición y bendición perpetua.
Así llegado pues el siglo de la Parusía, Judas, exhausto en su animadversión, ansiaba aquí su extremaunción final. Judas, que estaba muerto desde que se presentó en la búsqueda del Mesías erró como Apóstol al seguimiento de sus valoraciones. Sus cuentas y cuentos sobre las aspiraciones del Maestro remarcaban las enseñanzas del cristianismo en la dolorosa estancia de las apreciaciones humanas. Salvaguardar los preceptos de la doctrina frente al aluvión de intereses estamentales situaba al Redentor como el Rey de los Judíos en su peculiar instrucción. Judas se enaltecía así como el Apóstol electo a su gobierno, fuera que sus argucias y planificaciones coadyubaban su inoperancia frente a los hechos y sucesos en la extraordinaria liberación de la apasionada entrega de Nuestro Señor Jesucristo.
«Aquí Judas habría de estar continuamente expulsado de su derecha.»
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La hospedería rebosaba así de inquilinos errantes. Judas estaba allí una vez más convenido por su propia ignorancia inclusive de sí. Tomás y Matías se reconocían en tanto que el don del paráclito les aleccionaba. La misión, a discernir más allá de las influencias de Judas, suscribe aquí la derogación de toda bula que obrara por oficio de su innombrable peticionario. Así pues, la hospedería trataba de reorganizar aquí sus entradas y salidas. En el desconocimiento de la figura de Judas y de sus dos Apóstoles al rescate, una vez más trató de tergiversar inclusive hasta la compasión y las misericordias divinas a un convencimiento clarividente y exacto por su formal conformidad. Esta era así para Judas una actitud en su reproche continuo a la salvedad de su incapaz insistencia por una coronación mundanal del Cristo Uno y Trino. Era pues que Tomás y Matías se centraban por tomar posición akáshika derogada a la espera de siglos y siglos en la temporización humana al servicio de la predicación de los Cielos. Así Judea y la India eran destinos geográficos por los que Judas transitó sin quebrantamiento de su esencia identitaria contra las previsiones y formulaciones de los Apóstoles designados por Abba a estos dados por sus virtudes a reconocer. El inexpugnable círculo divino de poder natural y sobrenatural se expresaba en su estancia explícita tal que una voluntad prosélita a las cuarenta y una confesiones de Jerusalén. Judas rediseñaba con insistencia y persistencia consciente las ecuménicas diferencias a subrogar según sus misivas acordes a la defensa de las causas del Maestro y sus advertencias propiciatorias sobre una integración formal y material de su fe política e interreligiosa. Aquí la hospedería de la orden de los Herederos de la Tierra Santa se daba pues al cobijo de estos santos sin conocimiento de sus presencias, a la recaudación de la malograda figura de este Judas el Iscariote, el Apóstol traidor, igualmente ignorado e ignorante, en la benéfica atención.
Sustraer de las bocas del infierno su brazo ejecutor por la confraternidad de su séquito de adeptos en la confesión crística supondría pues el inicio de una nueva formulación a detonar el judeismo como principio de la animadversión satánica de la cristiandad en la exhortación del pueblo judío. Así tanto el Apóstol Matías en Judea como Santo Tomás Apóstol en la India propalaron la palabra y voluntad del Mesías desde el paráclito que los animaba en el cumplimiento de las necesidades advenidas por los tiempos prometidos de la Parusía a la instauración adepta a la plural cristiandad. El inexpugnable círculo divino de poder natural y sobrenatural se retornaba sobre su misma conducción en la carente capacidad de comportar su impunidad. Judas y sus anticristos no eran más que soldadesca de un ejército desalmado a la glorificación del potente ejército azul de los Cielos.
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Apenas restaban siete días para claudicar los permisos de estancia en la hospedería cuando aún no había logrado reunir la primera cuota. Las normas eran estrictas. Una vez cumplido el mes en la hospedería habría de cumplimentarse un pago obligatorio para permanecer usando sus servicios. Por lo general, cuando esta circunstancia se daba, los internos recaudaban el monto para su nuevo compañero. Aunque en ocasiones esto no sucedía. Había que marcharse a otra hospedería o a algún otro lugar. Matías y Tomás reunieron por sí solos la cuantía necesaria para Judas. Éste en su agradecimiento les invitó a degustar su remedio infalible contra todos los males en el cual se atareaba en estos sus días últimos. Simón, que así se hacía llamar Judas el Iscariote en ésta aquí y ahora tal como San Pedro en su germinal seguimiento apostólico, deploraba igualmente la enfermedad y el malestar de modo que la estancia del hombre sobre la faz de la vida se ocupara pues en mejores bienestares. No así la expiación eucarística y su comunión era para estos dos Apóstoles en su expreso conocimiento la fuerza mayor que arremetía contra toda inferencia del mal, la catarsis a toda remisión fatal. No así Judas no así no sabía que era Judas sino que aquí y ahora emulaba a Simón como sí mismo por abnegación de su propia persona.
Matías y Tomás no obtuvieron reparo en probar aquel mejunje. La contemplación a la que se le había encomendado la custodia de Judas el Iscariote sobremanera insistía cuantas necesidades se procuraran a la salvífica instrucción. Matías y Tomás conscientes de los inconvenientes adscriptos a la fe católica en su expansión exegética, revisaban su obra en su predicación por la cual retomaban en su reincorporación tantos defectos formales como en sí instructivos. El concepto de perfeccionamiento suscrito a los orígenes proféticos de Nuestro Señor influenciaba las tesis y la fe de Judas como un imposible que sugerir. El judeismo se sustentaba así como la crítica constructiva de satanás. Cuando el maestro lo hubo negado en el desierto y en toda tentación, se explayó una fuerza resentida que dominó paciente al más ignominioso del séquito completo de sus Apóstoles. Pedro bien sabía que no solo Judas, sino él mismo, lo hubo de negar contra su admiración por la entronización de su señor, que a Judas no le satisfacía así esta revoltosa revolución, sino a las presunciones políticas relegadas a las divinas más allá de toda humana imploración pasionaria.
- ¿Cuánto pides por ese mejunje?
Supuestos los propósitos expansivos al criterio de Abba por la designación sucesoria del trono de David era que éste el Mesías se presentaba Rey ante los hebreos en su absoluta constitución. La diferencia de interpretaciones con las que Jesús se enfrentaba hasta la hora de su muerte y su consecuente resurrección, obsequiaba a la jerarquía sacerdotal en su descentralización, la figura papal como dilucidación del mensaje transferido desde su primer pontífice a sus adoraciones por siempre posteriores. Así los cristianos llamados cristianos después del cristianismo reflectaban el esparcimiento de su fe en compartición con el resto de la humanidad. Era así pues, que Judas, en su denegación a una resurrección conformada y firmada por la carne, sino pues a la adquisición de un Reino de los Cielos dado a este mundo sin otros merecimientos emancipadores que el cumplimiento de la Parusía, contabiliza aquí pues su gesta en la eternización de una insensata traición cuyo arrepentimiento siempre se sustrae por advocación angular de su errónea fatalidad a la necesidad congregante.
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La pesadilla que cubría a ambos Apóstoles comunicaba a ambos espíritus como hermanos en un sueño embrutecidos por la bestialidad. Judas intuyó, al desconocimiento de las velaciones oníricas, que pudiera ser un buen negocio regalar un frasco de su licor de elixir a estos nuevos amigos, que así por su rehabilitador consumo habría de estar de más su propalación verborreica que el denudado efecto por convicción. Estos ostentaban un carácter noble y gentil, que frente a su fe religiosa, que manifestaban sin dilaciones ante el conjunto de albergados y los monjes de la hospedería de la orden de los Herederos de la Tierra Santa, mendigaban con acierto a sus pretensiones espirituales y materiales de manera asombrosa y envidiable. Judas, que así aquí y ahora se hacía llamar también Pedro, y cuyos proyectos se asemejaban a una liberación taxativa en el desconocimiento de los fundamentos de la coronación crística, dados a su propia ilustración en la desasistencia de los umbrales mentales, por acceder al registro de sus constituyentes akáshicos, frente a su nivel expreso físico y formal, reclamaba pues por desamparo a la debilitada humanidad a incurrir en la disidencia ejemplar convocante a la disuasión política y religiosa, más allá de su imbricación natural como estadio de dominio a la productiva y numeraria otredad concurrente. Era así pues que estos sueños se desvelaban aquí y ahora tras un combate encarnizado con la mismidad por sus recuerdos míticos e históricos, tales que la asombrosa adversidad se muestra pues tal como encarnizada brutalidad en un confrontamiento resuelto por la animosa complexión de la bonanza en la vigilia.
Tomás y Matías trataban de atrapar a conveniencia con todas las deficiencias dimensionales al inutilizado malhechor espiritual, Judas el Iscariote, Apóstol impropio por sí y sus estratagemas. La muerte y otras hazañas deplorables como sustentantes de la fe en su práctica y su devoción al unívoco sueño de la humanidad sin exclusiones, perseguían las ofrendas mundanales de estos Apóstoles electos en sus asimilaciones personales. Matías sustituía así a Judas el deplorado, y Tomás representaba la incrédula humanidad, la cual no atinaba su captación mental y morfeica. La expiación satánica, tentadora en sus anuencias a Judas, componía vertebraciones en la ductilidad de toda generación mesiánica, y así gobernante. Así Tomás y Matías se reencontraban en sus sueños insuflados por el paráclito al medio de una conciencia tangencial y transferencial. Este lenguaje metafórico que se sucedía aquí al servicio de la palabra en la significación más allá del abstracto al absoluto, se expresaba como invicto supremo ante las contiendas luciferinas. Fuera a esto que la inconsecuente invención de Judas por un licor de elixir suprauniversal a los efectos seccionados de una salud integral, no por la contemplación de la oblación de los milagros y profecías de su Mesías sino en la parte asclepiánica de su ahistórica mostración, le devengaba como integrante formal de una partición contra el ascenso a la entronización transversal y divina de Yeshua.
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Judas desconsideraba pues así que una oblea pudiera tener el mismo efecto que su concienzudo licor de elixir. Si se aplicara la misma atención a su ingesta las resoluciones obtenidas llegarían a ser absolutas. Tomás y Matías invitaban a Judas a demostrar sus afirmaciones. Este conminaba a la misma expresión. La transubstanciación de la hostia presenta a Cristo como sacrificio en su común unión. Es así como su magisterio defiende su feligresía de la perdición. Esta apreciación a Judas le contradice su discernimiento en tanto que considera apropiado proporcionar elementos y sustancia a la obra eucarística.
Tomás y Matías se aplicaban en la medicina como doctores de las palabras de la salud en la tradición del único médico de médicos. La completud de elixires hacinados al desorden y desacierto de unos sobre otros por ineficacia y resuelta inutilidad insistían sobre las multitudes a liberar impunemente sobre unos males así y aquí aliados e irremisibles. Tomás y Matías no negaban el aprecio al uso de estas medicinas sino que no más que las situaban como propias de una continuidad relacional degenerativa. Así pues es como la victoria frente a cualquier manifestación de la satánica obscuridad se rinde siempre a la modelación de la salubridad en la paliativa curación por la luminosa jovialidad.
Al caso de exponer así pues un corolario en consecuencia a la instauración del dificultoso Reino del Amor, auspiciado por el violento derramamiento de la sangre de su precursor, a la inculpación de Judas como perpetrador de los aciagos hechos pasionarios, todos sus discípulos y seguidores confesaron así a Judas, en sus sueños, las identidades comandadas de los Apóstoles asistentes a su superación libertadora. Aquí Tomás y Matías se explicaban habilidosamente a su indoblegable idiosincrasia ante Judas, así como éste revelaba sus obscurantismos por su complejísima personalidad. Judas comprendía aquí y ahora que reconocía su necesidad expiatoria e integradora en los preceptos de la fe en la ecuménica comunidad por su propia emancipación. Rogaba así en sus reconocimientos akáshicos intervenir al término hacia una morfeica Parusía presente a su tiempo sin constricción. Esto es que Judas como exhortador de vicisitudes irrefutables, tales que en su mente se muestra el deseo por una muerte que le ausente una y otra vez tras sus continuas personificaciones al servicio de la inculpación, asimilaba su impronta como único uno per saecula saeculorum.
La entrega de la panacea o licor de elixir aquí de esta última generación programada a sus condiscípulos, en cuanto como a la contribución o entrega de la dote a consumir y consumar por los adeptos, que en la renuncia se reincorporan dispuestos a combatir contra la fastuosa medicación en detrimento de la salubridad, acerca el litigio al completo triunfo sobre el mal. La sucesión de las presentizaciones en la resurrección y encarnaciones de las personificaciones tanto de vivos o muertos en su rencarnación convoca a la salud y eudaimonia del alma a la creencia de las enseñanzas divinas. El reto pues entre el licor de elixir y la milagrosa sanación crística propone un emprendimiento al que diferir sus eficacias. No así la integración de estudios naturales y sobrenaturales en la fuerza de la tradición mesiánica, judea e india, propicia la impulsión del descubrimiento paradisíaco a su estancia. Judas participa tal como cancerbero a los infiernos.
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Liberados en el conocimiento de las angulaciones constructivas por sus capacidades convocantes, exentos de la ignorancia por la expresa presunción de estar siendo algo no en su ejercicio invocado sino por su propia intervención, descreídos por libre albedrío, las almas cautivas en la realización de las profecías, a las que Judas asedia por su manumisión a los estados infernales como respuesta al sufriente apresamiento en la exclusión a los lazos del mal y sus principados, se acrecientan pues por sí mismas hacia sus mismidades por la eficaz aportación de promesas y necesidades rogativas a cotejar así pues sobre los enemigos desde una ortodoxia al consuelo absoluto. Así a la entrega de los remedios físicos y espirituales, consistentes en una unidad de participación en la intervención personal, somete las intenciones comunitarias y colectivas en la medicina en su nivel expreso físico y formal como enfermedad incurable, no más que sustituyente a su misma composición por una derogación de su naturaleza discriminatoria.
Así el licor de elixir de Judas expiaba el mal desde un doble juego exhortativo por la salvedad afecta del contingente cristiano y el colectivo universal humano. Era pues que Matías y Tomás en su análisis holístico de la ingestión del elixir lo confirmaban:
- No lo echaremos a la suerte, pero sí es así como lo intuimos que podemos comprender desde nuestros lugares aquí y sobre todo el universo…
- Combato a evitar contra toda pasionaria muerte…
- ¿No hay espacio ahí para mí en el amor?
- Perdónanos, Judas…
Frente a la consciencia de Judas en la noctámbula pesadilla del dolor del profeta en su tumba profanada a la resurrección, se reúne impertérrito en su sueño aleccionador, el auspicio de la eternidad de todos los miembros del cuerpo humano que conforman y compiten la edad de Cristo. Así la vida circula en su manifestación incesante como intercesión del acople de sus beneficiarios. Cristo protege a Judas en su indefensión agredida por la anormal malignidad. La profecía de Judas como Apóstol en su deliberada hermenéutica incluye sus muertes como heroica imputación del alma hacia la resurrección en la insurrección política de su Mesias libertador. Su maldición proviene de la confusión que desde los sentidos y la embriaguez de su pensamiento, al vino como licor de elixir, le depone la ausencia de una eucarística común unión preservada por todos sus discípulos de la cual él queda exento por renuncia. Su jerarquía queda aquí excomulgada e indispuesta a la inquebrantable enfermedad.
Así esta inconclusa ambivalencia sitúa la firmeza de la fe más allá de la aporía instituida por Judas en negación de los registros de sus presencias a perdonar por su conversa consecuencia.
- Perdónanos, Judas…
- A la salud.
Los registros akáshicos comenzaban a resurgir. Judas no soportaba el peso de la culpa. La develación de las participaciones de los asistentes en su necesaria consumición de pan y peces, era un milagro que por el amor a Judas se presenciaba en la voluntad y la palabra del Padre, como la primicia intendente por el regreso de Judas al cuerpo angular. Su concienciación se explayaba libre sobre sus ataduras remotas e infernales. Aquí el licor de elixir aportaba un registro ulterior a la medicina asclepiánica, antecesora de la Sagrada Comunión. La confesionalidad de Judas en su nominación ecléctica en la arbitrariedad eximente del consejo cardenalicio, prorrumpe con el deseo de finiquitar la difícil apreciación y maldición recubierta por el Apóstol Judas. La desestimación de un sufrimiento traumático como resulta de la negación a los prelados mesiánicos, invoca la misericorde compasión sobre enemigos y adversarios de palabra y actos que Judas lidera por su estatus divergente.
La revelación de este misterioso milagro al seno de las siete Iglesias, por el cual se libra de culpa a la debilidad humana de la divina, zafa a Judas de su propia esencia a la encarnizada contienda claudicada a todo extremo. El licor del elixir no era pues más que una entelequia hacia la autoritaria dominación del pueblo del Señor, a las vísperas de su edad.
Es así pues como el perdón de Judas ingresaba en las bitácoras de Abba.
«Corpus Christi.»
FIN DEL RELATO
ANDRÉS PABLO MEDINA
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