LA CORONACIÓN DE MOMO (STORYTELLING)

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“NAYTYA-VEDA”

(AUDIO)

LA CORONACIÓN DE MOMO (COMPLETA)

(TEXTO)

(Al ritmo de cortes musicales de exóticos instrumentos).

Así como cuarenta años hacen que se contemplan cuarenta años que contemplan cuarenta siglos, que a su vez así se contemplan los inicios de mi reinado, Yo, Momo, Rey, Dios y Señor Supremo de la locura y el dislate humano, entrego mi corona a los efectos de su misma perpetua continuidad. Dadas mis esposas, las Reinas, Diosas y Señoras Manía, Ate y Lisa conmemoro la fiesta onomástica de éstas con sus infidelidades matrimoniales y la obscura deslealtad con la que me ofrezco. Sinsentido es que decanto la corona por mi propia convicción. Es mi reino de este modo sumido a mi férreo mandamiento, a su inconclusa insistencia sobre la nula ordenación. He aquí que muestro el deseo último como soberano del caos que me remplaza a la posición de mis súbditos en la insidiosa discordia que sume los límites del desgobierno en la descalabrada bacanal dionisíaca que se instaura sin más deliberaciones. El aquelarre que siempre y por todos los tiempos se ha perpetrado sin derogación ocupa aquí y ahora el desastre posible e imposible a todos los sentidos. La musa Melpómene y el Dios Dionisos abren el sendero al tropel procesional de carrozas y cortejos que ni el fatal desenlace de Las Moiras puede detener.

Es pues edad de tomar a bien el placentero éxtasis que invocan estas celebraciones mortuorias en consideración a la consumación de la vida en sí. Desde este apasionamiento fulgurante a una desdibujada divinidad se ofrece la ofrenda floral y animal al ánima de los hieródulos y hieródulas fugitivos y desertores a sus dioses y diosas cuyos destinos le asignan igualmente la indigna muerte. Las almas en sus carruajes atraviesan los mares y los cielos con la suerte común de la vida. Es así la muerte humana por siempre un destino infranqueable que tilda de locura toda clase de razón supuesta. Aún la más reservada a los propósitos divinos. Mis festejos satíricos proporcionan al hombre y la mujer renunciantes una ceremonia que ofrece el arrebato del espíritu sobre la propia existencia en el placer de poseerse para gozar sobre la depravación y su concluyente mortificación del alma. Mis adeptos hallan para sí así la liberación.

Así Yo Momo me instauro en el sacrificio sanguinolento de hombres y mujeres que con un trágico séquito de plañideras que desfilan en embarullada comitiva hacia el lugar teatro del ritual expían y claman la insoslayable muerte humana y sus divinidades regentes. El fulgor colectivo que se adentra en la catarsis de estas oblaciones a la emancipación de la cruel existencia propicia mi deseo de eudaimonía en la efímera e incalificable participación humana. Yo, Momo, decanto mi reinado y soporto sobre la mesa de los sagrados y expiatorios actos conmemorativos el inicio del Templo de la muerte y de la risa. Yo Momo, al son del ditirambo dionisíaco, cabalgo por la tierra y por los cielos a la corte de satíricos cantarines que surcando los mares y poblados ofrecen a mortales e inmortales de la escena, toda, el libre alimento de su sempiterna locura. ¡Es pues Dionisos y mi noble Melpómene sucesores que en compañía elevan mis inhumanas plegarias a la oración divina como verso en ditirambo de la renuncia a una existencia sitiada a la adoración migrante! ¡Avanza la caravana errante en su rodar téspico con sus carruajes al ritmo del diapasón de Apolo que ofrece con sus encantamientos a cuantos les sobreviene la paz sobre la muerte y la risa sobre la vida! A lo largo del camino se sucede la estampida humana que recobra su loca entereza. Yo, Momo, Dios entre las llamas del fuego regenerador, nunca perezco. La estancia de los carros y sus barracas en la expectación de sus cantos y bailes ditirámbicos se recupera en el reflejo humano sobre su propia invención por la adoración a esta carcajada.

Talía se asoma entre bastidores, víctima del espectáculo en su contemplación marginal, pregonando mis carnavales que resisten ante el oportuno caos de una comparsa mediadora que replica a coro a su cortejo. En el Templo de la muerte y de la risa se ofrenda más allá de la música y la poesía un drama de la vida que en su arrebato de locura propone mi eudaimonía. La tragedia y la comedia se citan más allá de sus expiaciones satíricas trashumantes frente a la corte y sus plebeyos donde los cómicos y poetas ofertan sus chanzas burlescas y oratorias paganas. Yo, Momo, me inmiscuyo entre estos electos con mi indoblegable espíritu mesiánico. El arte en el hombre se recompone desde la figura misma de su indeterminable efigie. ¡Evohé!

¡Dios salve a la corte de seglares que se salva en salvamento de una loca sinrazón! ¡Evohé! Decanto mi corona al momento.

*

Yo, Hécate, dueña y señora de sombras y hechizos, Diosa del aquelarre y el séquito de sátiros que al placer sobre la muerte se torna voraz en la impaciente desmedida de las cosas todas servibles y complacientes, buenas a los sentidos y a la satisfacción de la natural estancia del alma humana en el mundo presente y concupiscente, expreso mi deseo de unirme en sacro matrimonio al glorioso Dios de la locura, que en su reencuentro en la necesidad a un orden de la vida que instituya la inclusión de todo desacato humano y divino sobre el lóbrego sentimiento de la participación mundanal en su sincrónica subsistencia, me objeto de estos valores: uno, que es así que el amor como pieza utilitaria en la construcción de una auténtica felicidad humana procede en la intención de mi unión con Momo como una cualidad tan detestable como apetecible. La vorágine de deseos que sobre nuestras almas nos complace la superación de nuestros improrrogables males suscita nuestra integración en estos nuestros planes compartidos. Dos; dado que la lamentable actitud inclusive deplorable sobre el deseo de lo desposeído nos sume sobre el deseo de satisfacernos en la insatisfacción como posesos sin más que la enajenación como única utilidad tan detestable como apetecible, Momo y Yo, la Diosa Hécate, instauramos otrora de los tiempos el inusitado sacrificio humano a la renuncia dada por la corona del Carnaval advenido y su impertérrito cortejo téspico. He aquí que el hombre y la mujer encuentran ya la fiesta a celebrar sus propios rituales exotéricos en cuanto a los ocultos misterios revelados.

Es así que, Yo Hécate, promulgue mi pasión por el desastroso avatar del infortunado designio humano que se propulsa a la pérfida ordenación del mundo bajo el criterio de la irracional convivencia conspiranoica. Es pues la eudaimonía sita así en la maldad insidiosa desprovista de dolor. ¡Hécate!

*

A la salvaguarda de los preceptos milenarios que ocupan el anhelo aspirante de la humanidad iniciática en su periplo hacia una ulisíaca consagración, Yo Tespis, por siempre bajo el carro del Sol deambulo las noches de la tierra entera adentrándome en sus recónditos reductos donde el universo incompleto se renueva en suma a la búsqueda de un concepto contenido en su composición a dioses y mortales que lo cohabitan a su deleble usufructo. Así tanto la divina y humana naturaleza que obtienen en el escenario del mundo la épica heroica sobre los cimientos vivenciales de la cosmovisión o su hermenéutica misma se entregan a su proclamación poética que más allá de sus métricas angelicales disponen del subterfugio desertor a la consumación de las consecuciones y reconquistas plausibles en los versos de los vates congregados a estos efectos.

Yo Tespis imploro al Cosmos y sus divinidades todas, su comparecencia en esta puesta que ahora se rebate. Es así como el difunto precedido por la misma muerte en santo sacrificio abandera el cortejo de legiones rebeldes en la tragedia de la sentencia de un demiurgo superior. La carcajada necia del tétrico caníbal impaciente por la decapitación de una ofrenda a su inquina misma se subroga allende los mares sobre el carro de mi alegre comedia que cruza los campos y pueblos de la tierra a la conquista de una liberación. Surco así contra el desánimo de la insaciable muerte el plantel de músicos y bailarines que rescatan de la catástrofe a la tragedia humana.

Es pues como en la renuncia a la consumación espiritual de la maníaca adoración de los males sobre la divinidad como Yo Tespis me interno en el averno humano a proseguir la gesta que inauguro sobre el Templo de la muerte y de la risa. He aquí que doy el trago en la tragedia y el bocado en la comedia. Ser sólo soy aquél que busca la eudaimonía sin más apreciaciones.

Momo y Hécate que sucumben a sus encantos me secundan mi pretensión generadora. ¡Alalá! ¡Canto, danza y Vida! Así Perséfone se destierra por amor desde la sabiduría. Yo Tespis me entrego a la culminación mitogónica y las ofrendas loables de los pueblos de la humanidad. Es así que como en perenne castigo sisifeo transito sin fin todos los caminos abiertos y que se me abrieran. Momo y Hécate que decantan su corona por la conveniencia de sus súbditos obtienen en mis dramas la mortífera pestilencia del séquito de Perséfone en su huida hacia el obscuro interior del averno que azota la iluminada alma de hombres y mujeres en su sincrónica desarmonía. Dioses y héroes abren los campos y los mares para que mortales e inmortales disfruten de las muertes de la muerte y la risotada de las risas. Es pues aquí que Yo Tespis imploro por el ser humano en su divinización a su parnaso.

*

Yo Arlequino, el hombre hecho por sí mismo, imploro al divino theatron mi humana alma. Malabar de la creación soy juego de la risa y la vida del vate que se conjuga al recurso de la palabra y su imagen incluso más allá de los advenidos avatares. No hay para mí estado ni frontera que impida mis quimeras. Soy el sueño eterno, el sueño universal. Puedo ser árbol, roca o mujer, y ser soy a todos el que está ahí para transferir los versos de los dioses a imagen y semejanza del humano entendimiento.

Yo Arlequino me propongo ser allá donde convenga el cantar de estas gestas afortunadas. Soy la persona divina que nace con el contacto a través de las mismas personas que están en el mismo momento al contacto de las mismas maneras para que me comparezcan. Es así como el lugar teatro donde se presentiza mi vida y el amor que profeso para recrearme siempre con la carcajada sobrepuesta al insondable dolor de la muerte se hace Santo. Aun en ocasiones es tan extremo el dislate y la sinrazón que en su interpretación desdibuja la eudaimonía en llantos y golpes de pecho, designios que se expresan por la presencia de la fuerza humana en el cortejo dionisíaco y sus descendientes. Tal como me dan mis arrebatos entre los complejos enredos que me acechan propongo un repliegue hacia delante como estrategia para coronar estos objetivos convenidos. Sea así por siempre la salvedad de unos orígenes que ante el fuego sacro iniciaban en la diversidad los rituales de los hombres. Así el despertar de los dioses en su continuo devenir.

¡Sea así pues el momo un nuevo momo! Y el carnaval sea en la montaña la luz al koilon de su cumbre helada. ¡Sea Yo Arlequino el último y el primero! Pues sea que así como la divina tragedia propone por siempre la avanzadilla de sus prosélitos sobre sus efectos, sea así como los concurrentes todos se expliciten en la expectación de mi discurso a la cuenta de la Fe en la muerte, la risa, y sus novísimas composturas. ¡Yo Arlequino, el personaje!

*

Oh, Jesús, mi amigo mío, origen de mis carnes, todas, te me entregas las palabras y mis versos, todos, cuando te espero como a un libertador revolucionario, como al líder mesiánico a resolver los dilemas patrios de tus pueblos. En esta veneración te me entregas como vate profético a la esperanza de tu Reino. Deseo que tu coronación sea pronta como pronto es un sueño sólo hecho sueño por el despertar de la vigilia. Quiero que tus palabras mías se iluminen para iluminarme y así abrir sus versos, todos, en la esperanza de la eudaimonía. Así el amor libre e incondicional se propague por entre todos los humanos corazones de la Tierra que Tú amparas sobre tu Amor Supremo. Sea el hijo del hombre en su tránsito vital reflejo de tu cortejo funerario a la Vida Eterna de tu Reino. Amen.

¡Así sea glorificado el Hijo de Dios en nuestra gloria! Así seamos el rebaño que asesta su pulcra indignación contra el enemigo de la Vida. Sea así Dios Rey el guerrero contra toda guerra. Sea el mortal hombre manantial inagotable de Amor Supremo. Sean las almas por siempre viejas y cada vez más nuevas, sempiternas. Sea tu Reino, amigo mío, una conquista de principios vivos. Un tropel de la estampida de la humana inconsistencia sobre sus siglos, sobre sus devastadores periplos. El circo de tus versos fieles. Un paraíso.

¡Así sea glorificado el Hijo de Dios en nuestra gloria! Bendito el que entra por los umbrales del Templo que a la disposición de la muerte y la risa se entrega en cuerpo a la ofrenda de adquirir la lástima de los sacrificiales tormentos de la Vida, acullá el misterio que define las palabras sacras. ¡Así sea glorificado el Hijo de Dios en nuestra gloria, mi amigo mío! ¡Así nos guarezca tu salud por los siglos de los siglos!

A ti el médico de los médicos, infalible Santo de los santos que con las palabras del Amor Divino cobija el alma humana y la guarece de todo mal. Aquél que nos provee la patria y el sustento diario a nuestra encarnación humana, aquél que nos ofrece la fe más allá de las barreras de la inconsistencia humana en su rechazo a la renuncia a la muerte. ¡Tú, el hijo de Dios, que abanderas los pueblos de la humana humanidad bajo tu reclamo y tu amparo, ofrécenos un bien común en ser solícitos a nuestra liberación y tu gloria!

Sea pues así que el Templo de la Vida aclame el sentimiento trágico en su dolorosa expiación sobre el inamovible eterno destino de las almas. Sea pues descendido sobre la tierra entera el Sol de Oriente por los siglos de los siglos y así Tú su auriga surcando los Cielos arremetas contra toda negra noche que embauque a tus extraviados predilectos. Sea pues así que el Templo de la muerte y de la risa, Tú, mi amigo, mi Dios, subsista contra la eudaimonía proscrita que asesina con la carcajada sardónica por una sanguinolenta compostura de intenciones y pretensiones mundanales victoriosas, y así sea el pueblo solo, unísono, prescripto y expreso a su insuperable Altar.

Oh, amigo, tus palabras tardías y celebérrimas contengan la superación de los tiempos sucesos, que a la sumisión se encuentren con la expresión divina de los intérpretes de los asientos al Verbo.

Yo Segismundo…

*

FIN

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