EL ENFERMO DE INANICIÓN (RELATO)
EL ENFERMO DE INANICIÓN (COMPLETO)
El Autor: Andrés Pablo Medina
Dios quiso darle vida de sí y sólo de sí. El deseaba ser sólo en el mundo para sí de Dios. Había nacido de sí mismo, sin ser ni profeta ni milagro angelical. Se trataba de llegar al mundo y ser en el mundo El. Sin mediaciones ni más necesidades que las necesarias de ser. Había surgido como surge el viento o como surge la lluvia un día de invierno. Estaba aquí, entre sus iguales, compartiendo la preciosa existencia.
Sus primeras heces hubo de limpiarlas con la lengua. Así como nadie acudía a salvar su auxilio para la higiene, así hubo de comer mierda durante la lactancia, y en esta coprofagia se mantuvo desde su primera papilla, que entre desatino y desatino, palmeada y palmeada, acertaba en sus labios, ahora entreabiertos, ahora cantarines.
Al llanto de su auxilio en la noche le provocaba tal fervor, que en vez de llorarle a su oído, esbozaba una sonrisa alargada, y el llanto quedaba pronunciado, interno, pleno en la conciencia, que se preparaba para amasar la mierda que ingería.
Llegada la hora tal de tener nombre y aprender palabras, como era de sí mismo y no venía de madre, decidió bautizarse en el lavabo y no aprender más palabras que su nombre, pues no las iba a necesitar.
Así que hombre integrado y pleno se sobraba de su propia subsistencia.
-Ahí hay un hombre solo que come mierda, –decían las voces del vecindario.
Pronto aparecieron las primeras ofrendas. Las gentes depositaban bandejas y platos de suculentas viandas y exóticos manjares. Se hacían campañas para recolectar alimentos, rifas, festejos, reuniones, y algunos incluso guardaban su solidario ayuno. El hombre ni siquiera abrió la puerta. Su jardín estaba infesto de comida, y no podía salir ni a tomar el aire fresco. Encerrado en su casa por su diferencia justo a la hora en que debía tomar fiel esposa, se reunió consigo mismo para pensar, y se exclamó por primera vez por su propio nombre:
-¡Nunca más volveré a comer mierda!!!
Los vecinos aguardaban pacientes sin rendición la conversión del hombre coprófago, al que algunos niños maleducados habían comenzado a burlarse de él, quizás por desesperación y cansancio, lanzando heces sobre los muros de la casa.
Un derroche de popularidad se había adueñado de la situación. El hombre salió al jardín. Los flashes refulgían. Tomo una lechuga. La devoró. Literalmente, la devoró. De izquierda a derecha. De derecha a izquierda. La consumió. Eructó. Entonces todos los vecinos congregados le aplaudieron. Al saludarles, se inclinó encarecidamente tantas veces que hubo de vomitar cuanto había ingerido. Entonces, arrebatado, tras ingerir su propio vómito, comenzó a comer y comer por el jardín como un loco, carne estofada, huevos cocidos, judías con chorizo, y un sinfín de mejunjes que se repartían por el piso del jardín. La banda municipal tocaba fiestas. Y la alcaldesa tomó la decisión (junto al obispo) de adelantar las fiestas de Nuestra Señora de la Soledad, tan querida y venerada por las gentes de este pueblo, en conmiseración a este hombre, que naturalmente, omito sus señas para preservar el anonimato de este comensal universal, que a saber, se sepa, eso sí, murió de su indigestión. Que Dios le tenga en su paz.
F I N
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