LAS NUPCIAS DE DON CARNAL Y DOÑA CUARESMA (STORYTELLING)

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NAYTYA-VEDA

(AUDIO)

 

LAS NUPCIAS DE DON CARNAL

Y DOÑA CUARESMA (COMPLETA)

(TEXTO)

 

(Al son de las bandurrias, añafiles, güiros, claves y mirlitones).

 

Yo, Arcipreste de Verona, doy testimonio de estos hechos pronunciados a las nupcias de Don Carnal y Doña Cuaresma. Así congregados los espíritus presentes de todos los innobles y gentiles a las ofrendas en holocausto sobre la mesa de la comensalía a los señores y sus señoríos convidados para estas fiestas grandes a celebrarse por parroquias, templos y otras comunidades religiosas, que junto a sus dadivosas limosnas y sus suculentas tortas y panes que sobre los pobres y otros civiles no alineados decayeran en su ayuno sobre las calles al recaudo de feriadas holganzas, Yo, Arcipreste de Verona, maestro de ceremonias responsable de los actos esponsales de la Santa Inquisición, certifico que la unión matrimonial a los desposorios de Carnal y Cuaresma se efectuará a la salvedad suscrita por la comparecencia en misa de ambos al entendimiento de sus alter ego como reconocimiento de compatibilidad entre sus estirpes. Sean así estas exenciones, posesiones espirituales brindadas a todos los panteones de dioses, homúnculos, hieródulos y animales sagrados, bajo el precepto de fe al Dios de dioses de Nuestro Señor Jesucristo, que no más ni menos que nos reporta en culmen sus exhortadoras cenizas en resurgencia ante la genuflexión.

Así pues, como en tanto los mismos legendarios Montescos y Capuletos reñían sin término final, mientras los propios enamorados, Romeo y Julieta, cavaban sus huesas al auspicio de Don Amor, sea Fray Lorenzo, monje franciscano que encuéntrase en esta ventura con la grata aspiración de la onerosa medida eclesiástica a la reconciliación entre ambas sagas, así Don Carnal y Doña Cuaresma hállanse la siniestra por la alcahueta de su noviazgo, la Bruxa de Entroido, en sus descriptas momerías y la libertina templanza de su cortesía, a la salve de otras personalidades en las pasiones del espíritu, a las que se encomienda así la guardia misma de este Tribunal, Nuestra Señora Santa María.

 

Convenidos pues aquí los presentes tanto nobles como innobles gentiles a la celebración de la unión matrimonial de éstas las  pasiones humanas con las divinas, más allá de la compasión concurrente por las irreverentes familias al cristiano enfrentamiento en la bilocación del entendimiento de la extrañeza ajena, motivo y causa de la especial designación que se profesan los aspirantes al sacro matrimonio por el que Don Amor, testigo y testimonio de todas las bodas y todos sus abortos en todo género de probidad o concubinato, padrino excepcional que en estas ceremonias abiertas cela sobre la buena sesera de los ambos inquietos corazones, instruya con sacra sapiencia sobre estas peripecias informales a que se cumpla el menester que nos atrae al acto. Así pues, que a la previa asimismo de los contrayentes a este tribunal por la gracia de Dios, dase por prescrito historiográfico que la vieja puta Celestina ha hecho y deshecho cuanto hubo en beneficio a la consejería de su Sempronio, mozo instruido más por la vida que en su prudencia. Sea así que Fray Lorenzo no tenga otro pretexto sino en mediar sobre estas sagas la justa conciliación, que aquí al amor fraterno y veraz cautivara, y al demoníaco sadismo dispusiera en repudia. Es así pues como los descendientes de Calixto y Melibea se explican en su inculpación las argucias y artimañas de las brujas sobre que “los amores convenidos arriban a buenas ganancias aun cuando no completen sus designios exigidos.” Es así que se dispone pues ante lo prescrito al caso que Don Carnal y Doña Cuaresma se libren en aviso de todas lides al “beso de la muerte”, que como máxima de la satírica fatalidad se les dispusiera a los legendarios amantes de Teruel a su conocimiento cautelar para cabeza ajena, no así que las brujas dispusieran convertir en sapos o ranas a los amantes o rendirles a un sueño irreconciliable. Así que no habrá por tanto premura en “negar ni el beso a los sacros esposos una vez consumadas las celebraciones y las sagradas ceremonias pertinentes.” A esto tenga Fray Lorenzo misión al cumplimiento.

Dada así la santa castidad se dispone a la proliferación y su cabal entendimiento la convivencia familiar.

 

Es que aquí a esto que Don Carnal expone que comprende en esta hora tan profusa que la pasión por Cristo Nuestro Señor le lleva al deseo del amor más allá de la misma muerte, y que asimismo muere por amar, y que la gracia de saberse corazón deseado, le turba los sentidos de un bendito gozo que le mata el alma a su ebriedad. Reconoce entonces así pues que Don Amor le media a la prestación colmado en carnes cuando ama en Dios más que en toda gloriosa gesta de casanova conquistador. Así al Don Juan que antes de ir al infierno tomara esposa sin pleitos, y que a sus penitencias todas suyas acierta en redención, así a su alteridad, Don Carnal, toma al ejemplo en relación en busca de un amor fraterno y veraz. No así Don Amor nada sabe de verdades, sino que desde los inmemorables tiempos hubieran de ofrecerse al caso de sus animales, y los otros sacrificios condenables, por la veneración inicua de los amados dioses, así tal cual éstos se dispusieran en sus tradiciones más que en sus convicciones. No así más que la Bruxa de Entroido sabe de amores y verdades, que se les muestran a evitar la hecatombe por todo el mundo conocido como una Santa. Aquí Don Carnal, reflejo arquetípico de su mismidad sobre Doña Cuaresma, replica en sí mismo sobre el alter ego, tal que el marquesado de Sade, marca de Donatien Alphonse François de Sade, respuesta por siempre del mismo Marqués de Sade, repudia en su subrepticia revelación sobre estos recovecos inescrutables del Impronunciable Don Amor, que se concierta por encima de su consumación histórica, cual fomenta para sí, de este modo, la depravación Carnal de su sadismo desde la noche de los tiempos.

 

Es que aquí a esta hora que Doña Cuaresma, que cada día miércoles de carnaval no tiene más que rezos de alcoba, laméntase en su retiro ante la figura de Nuestro Señor Jesucristo Crucificado por las almas pecadoras del jolgorio y la bulla callejera, que sin otros medios a voluntad, se ofrecen en ánima a los dioses satánicos del desenfreno y la perdición. Quiérase aquí que se quiera, que el apuesto Don Carnal, no desea otra más para sí, que el deseo de satisfacerse de los encantamientos arrebatadores que unas u otras damas y vírgenes sopesan en sus secretos, a recurrir al aparte de la inevitable intimidad, que declararse en la procesión de los excesos. No así que Doña Cuaresma, sucedida sobre sí en tanto que a sí se advierte de que por Don Amor el corazón le late ausente como amante en su desesperación, que en esta gloria le tuviera redentor de sus miserias, les reconoce a ambos la disputa por la que rendir la carne al servicio de nuestra cristiandad. Así esta muestra de conciliación, que emana de los renglones por los que Doña Cuaresma suplica en sacrificio y pena redimir al pecador, se decanta ante el pretendiente Don Carnal, tal cual que se contiene su misma fervorosa aspiración. No así a esto que, las cabezas emplazadas al suceso, conmovidas todas por la consagración, reparen sin embargo a la contienda de ambos amantes con Don Amor, a más que Don Amor con todos, por tanto que tanto el Marqués como la Bruxa se saben que este amor también es cosa de quienes por inapetencia no le practican. No así Doña Cuaresma en su santa alteridad, por la que no desea más que librar la adopción a buen sentir de la perdición sobre la sincrética santidad, que emule así la conversión de Don Carnal a los misterios de la cristiandad, no desea más que el deseo de satisfacerse en los encantamientos arrebatadores de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y Nuestra Señora Santa María, que al culmen de estas nupcias habrán de expiar para siempre por todos estos santos pecadores inocentes hacia su entronización divina. Así es que Don Amor se resiste en la presencia de acompañar a sus enamorados incluso al infierno al que fueran propinados. Es así que a éstos, inauditos, festejos conciliares, sobre los que se remontan las guerras patrias sobre los hombros de los feligreses al honor de marginales y malditos, se les insufla la celebración de la caída y ascensión del salvador divino en la semana de Pasión, tras el cumplimiento de los tiempos de mesura, que guarda Doña Cuaresma hastiada de achares a Don Carnal. Hace aquí que estos dos nuestros enamorados, que a Don Amor por su apetencia le tienen por alcahuete, tal cual sea así Fray Lorenzo, hombre que en sus propias tretas al sagrario advenimiento, Don Amor, sin su bendita gloria, no le hubiera ni a deshora casamiento por cumplirse en  bodas o lo que fuera por una unión casta o transgresora, celestinas letras a su silencio en los renglones se les dieran a sus atelanos pretendientes, que por sus contiendas no habría rivales ni a quien así lo pretendiera.

 

Y así está hecha la familia.

 

*

 

Tristán e Isolda esperaban con paciencia morir para amar. Tan sólo abandonar la vida les invocaba la consumación de sus prohibidos amores. Sabe la Bruxa de Entroido que las pruebas fatales de la vida procesionan como carrozas de carnaval ataviadas de dolor y espanto. Al paso final de sus desfiles no son más que acechanzas de la providencia que resuelven los significados de la existencia, aunque sus relatos deparen sobre el dolor y el espanto de la muerte. Sin redención sobre la carne ni el amor, más allá de la licenciosa vida o la casta probidad, los amantes en su sino envueltos de sadismo esperan un encuentro afortunado sobre lo imposible. El marquesado aquí, ante la expectación de los sinsabores, les invita a tomar un trago indecoroso de soma al brindis de los acaecimientos. Besos sobre los vasos, que ingieren sin dientes los líquidos de la confrontación. Se ausentan así las palabras en tanto que Don Carnal y Doña Cuaresma compiten por una pizca de sal o una pizca de pimienta que les aderece la pócima sacral. Yo, Arcipreste de Verona, verifico la autenticidad del fraternal reencuentro. Intenciones que más allá del sincretismo o el ecumenismo responden a la ordenación de la complementariedad de espíritus en diversidad descompuesta. Don Carnal y Doña Cuaresma se comprometen sobre su propia idiosincrasia para desentramar la idiosincrasia del otro. Es así que este alter ego les vincula sobre el conocimiento de sus veleidades. Yo, Arcipreste de Verona, maestro de ceremonias responsable de los actos esponsales de la Santa Inquisición, a la unión matrimonial entre Don Carnal y Doña Cuaresma, certifico que dada la multiplicidad de celebraciones del culto a la muerte durante la luna nueva de marzo a la luna llena de abril, en su enraizamiento a la veneración secreta a Osiris, y su séquito de sacerdotes, que ocultan a la dificultad los mandamientos de Nuestro Señor Jesucristo, así como el marquesado de Sade y la Bruxa de Entroido se promulgan la conmemoración amatoria de sus saturnales orgiásticas sobre la endoculturación conyugal a la tradición incombusta, se cumplimenten aquí las inextricables bodas de estos amantes en su contenciosa contrariedad. Así sea que la Bruxa de Entroido, que no sabe más que de amores y verdades, en su elocuencia a los silencios y respuestas sobre los desencuentros de los amoríos de las almas, que se entroncan éstos desde sus reticentes renunciaciones a los gozos terrenales hacia la santificación con el Sagrado Corazón de Jesús, padezca en su ebrio perecer, sobre estas formaciones sensibles de deseos y sacramentos, que se conmemoran, así como se disertan en la sagrada sobriedad, ante el enjuiciamiento desde estas verdades espirituales, y su amor, que se declina en la exención del sadismo marquesal suscrito, tal como otras formas morales aplicables a la rendición de las almas inhumanas. Sea pues así la Bruxa de Entroido alcahueta a la masa de cabezas emplazadas al suceso por su convicción a la conversión de las bodas que se suponen más insignes de cuantas se difieren en estas concomitancias. Don Carnal y Doña Cuaresma en sus alter ego cancelan aquí toda confrontación. Y es a este orden, por la condonación a Pilatos, que las bodas de Dios con la humanidad a la esperanza de un reino divino eterno en la tierra, se posponen a la sacramentación de la voluptuosidad hacia los ritos esponsales, consecuentes entre pecadores y otros marginales egresados a la universal cristiandad. Que he aquí que a su hora esta Bruxa de Entroido no más mira por su ganancia que por su comprometida salvación en la apuesta que del amor y la verdad no más que se sustrae en perplejidad e incertidumbre sobre las que se habrá de recomponer. Así Fray Lorenzo, que se atiene bien por conocida a la suya Señora, se da a la propuesta de auspiciar cualquiera de todos los amores que naciesen de la libre seducción en la fama de los hombres o sobre sus leyendas épicas, por tanto que Don Carnal y Doña Cuaresma se ocupen a su disposición, tal como amantes para el entablamiento de la reconciliación de unas u otras pobres cabezas emplazadas por la ruptura entre los dominios sacrificiales de la redención, y aquellos que subyugan en su misma y sólo propia contribución.

 

Aquí que el marquesado, que insiste en su promiscuidad a que Sempronio se cobre cuanto se merece del mundo de donde provenimos ante la obsequiosa inculcación de Don Amor, se coteje como pudibundez la cautela a que sobre la muerte se perpetrara el amor. Es así pues la carne que en su sacramento se resarza a la unión divina, elevada a la aspiración de Nuestra Señora Santa María, mecenas de Don Amor, que como celestina inigualable lo es de sí. Así que Fray Lorenzo culminara sus misiones a la salve de integrar al matrimonio en la amorosa apetencia de los dos integrantes, sea que por conveniencia o propia confluencia, fueran estas bodas de Don Carnal y Doña Cuaresma, motivos ejemplares a la prosopopéyica predicación en su predilección por las connivencias de la misma Iglesia, a que aquí los esponsales se sometan al veredicto de sus propias sentencias. Es así que por tanto, insisto, tal como Don Carnal asiste como fornicador y Doña Cuaresma se resiste por forzamiento en esta unión, no habrá premura en negar ni el beso a los sacros esposos una vez consumadas las celebraciones, y las sagradas ceremonias pertinentes, al honor salvífico de los contrayentes por su celo irreverente. No así, se decreta por este Tribunal, que “cada día miércoles de cada semana ambos se disfruten de sus gozos a excepción de los miércoles entre las lunas nueva y llena de marzo y abril, en tanto que así se ofrezca a la prole de estos ambos la salvación eterna, no así su estupro.” A esto tenga Fray Lorenzo misión al cumplimiento.

 

 

Tristán e Isolda, que esperan aquí con paciencia morir para amar, se arrebatan en sus coléricas esperas sobre toda culminación. Y Don Carnal se lamenta así en su comprensión que su marital aspiración es una entelequia. No así sino porque Don Carnal en su demoníaca vileza depare en la ruindad, no así sino a que Don Amor persista por siempre en su protección. Así Doña Cuaresma que se lamenta ante la obsequiosa partida de su virginidad como una casamentera de alcurnia a la custodia de su carabina, Nuestra Señora Santa María, quien ruega a Dios virtud y probidad en su sacro matrimonio. Es así en todo caso la Bruxa de Entroido y el marquesado de Sade quienes proporcionan los avatares a superar en la finalidad de estos comprometidos singulares en su causa. Tristán e Isolda y Romeo y Julieta son aquí a la fábula metáforas figuradas sobre el desequilibrio en opuesto del amor y la muerte. Son Don Carnal y Doña Cuaresma asistidos por sus celestinas a los embates de sus designados amoríos. La Bruxa de Entroido consuela por obligación con sus engaños a los amantes en las postrimerías de su compromiso por sus deseos de fausta satisfacción, a la concupiscencia. Por la buena fe de Nuestra Señora Santa María, los amantes Don Carnal y Doña Cuaresma predican el buen amor. He aquí que los miércoles de carnaval Nuestra Señora Santa María nos tiende las cenizas sagradas para protección de la carne hasta la resurrección de Cristo Rey el domingo de ramos, así como la Bruxa de Entroido resurge de sus cenizas a este día miércoles para regresar a ellas tras el festejo de su incineración, festividad del perecimiento y decrepitud en los placeres.

 

El beso que La Muerte a los amantes de Teruel propinara al sesgo de la vida, muestra el loco amor que seduce a gracia y a desgracia. Es la buena fe de Nuestra Señora Santa María que estos amantes, Don Carnal y Doña Cuaresma, convengan la afinidad a sus intransigencias. Es a esta ordenación que la obra de Dios por los hombres obtiene la bendición a desposar las buenas nuevas, que Don Amor no pudiera retraer en cuanto a su indisolubilidad divina y mundanal. Así íncubos y súcubos amenazan infernales, como amantes demoníacos, en tentadores sueños y otras manifestaciones corruptibles de los ánimos. Es Don Amor así extraviado por loco amor que insatisface y acucia el ánimo del dolor y el espanto. No así el marquesado, que siempre al soñar con encontrar su Amor, se desenvolvió en la inapetencia de la paupérrima promiscuidad.

 

*

 

Yo, Arcipreste de Verona, maestro de ceremonias responsable de los actos esponsales de la Santa Inquisición, certifico que ante estas figuraciones preliminares, Don Amor y La Muerte, que se destinan a una unión marital en la lírica elegíaca del malditismo marginal, literatura, confirman por su aportación testifical que los esposos aquí encomendados, Don Carnal y Doña Cuaresma, cumplimentan los requisitos a los esponsales de ambos sobre sus alter ego, que se adviertan a componer en vigilancia explícita sobre la trascendencia vital, que inculca el buen y noble quehacer ante el amor, su erótica y los respetos humanos y divinos, que referentes en el trato a la muerte del buen y noble espíritu, condona a su carne y al mundo en su inextinguible decapitación.

Aquí, en esta sentencia, al precedente sobre que los implicados y sus damnificados todos por las partes de Don Amor y La Muerte, se observa que a estas nupcias a las que Doña Cuaresma así asiente al reconocimiento de su pasión por Don Carnal, en sus deseos de inmortalidad, y a las que éste se conmueve por su sentimiento de paternidad en las lealtades conyugales en sus condescendencias, por sus deseos de sucesión, proporcionan la alteridad en la compensación a sus irreconciliables antagonismos por los que Don Amor en su excedencia se libra su partida con la Señora de La Guadaña, así La Muerte, a la siega de sus frutos terminales en la temporada mundana, y sobre la misma vivificación del alma tras ésta misma. Siendo así esta conveniencia se procede a reconsiderar que el aleccionamiento propio por el marquesado y la Bruxa de Entroido se advierte como instrucción herética para amar y morir en el pecado de conciencia propia, sacra exención de quienes en la alteridad no amaran o muriesen por sí. Es a esto que Celestina y su Sempronio, se determina por este Santo Tribunal, a los efectos, Yo, Arcipreste de Verona, maestro de ceremonias responsable de los actos esponsales de la Santa Inquisición, la ignominiosa misión al cumplimiento de rescatarse de las fauces del mal y la perversión a cuantos enamorados se presenten ante la impostura de acceder a la reunión de sus sagrados corazones, por recompensa de sus satisfacciones apremiantes a los hechos circunscritos. Así pues que esta perennidad por la expatriación alcanzara en su día los límites del amancebamiento a su concordia y su discordia explícita. Así que Tristán e Isolda, Romeo y Julieta, o los amantes de Teruel, así como otras literaturas, leyendas o creencias, obtuvieran de la Señora de La Guadaña, La Muerte, la gracia del amor sobrehumano, que por sí fuera ya imperdurable y casto a la gracia de todo corazón, amancebados de Nuestro Señor.

 

 

Se sentencian aquí las nupcias entre Don Carnal y Doña Cuaresma, a que Fray Lorenzo en sus hábitos o sin ellos, por la venia de Nuestra Señora Santa María, principie el avenimiento de estos esponsales en su unívoca alternancia pasional y devota.

 

Y así está hecha la familia.

 

“Yo, Arcipreste de Verona, Santo Tribunal de la Inquisición.”

Ab alter ego.

 

*

FIN

 

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