LAS PESADILLAS DE MORFEO (STORYTELLING)

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NAYTYA-VEDA

(AUDIO)

 

LAS PESADILLAS DE MORFEO (COMPLETA)

(TEXTO)

 

(Al palo de agua).

 

Nací en mis sueños de un diminuto huevo de serpiente del tamaño de la cabeza de un alfiler, y por siempre me amamanté del mismo sabroso licor, aunque no de la misma fuente. Al principio, cuando era aún no más que una pequeña yemita, libaba de las ocultas fantasías inaprehensibles que se me prestaban en el interior de la cáscara. No necesitaba realidades. Luego, cuando era no poco más que un embrión me mordió una oveja. Esto fue un trauma que no llegué a superar hasta que me fumé mi primer cigarrillo de marihuana, justo antes de conocer a la oruga que llegaría a ser la compañera inseparable de mis periplos. Un día soñé que me comí un elefante. Entonces era una serpiente pequeña, que aún no había mudado nunca su piel. En realidad, siempre que he sido serpiente he sido una serpiente pequeña, aun cuando no siendo una cría he sido pequeña, porque soy una serpiente pequeña, pero tremendamente devoradora. A esto, hoy he mudado mi piel. En sueños. Esto no significa que deba ser reprobada mi mutación, pues los sueños deben tener algún sentido, en tanto que en el caso de que no lo tuvieran, sería una insensatez que abrazáramos los brazos de Morfeo cada vez que los profesamos.

Nunca tuve conciencia. Ni aun cuando me liberé del apresamiento donde me enjaulaban para exponerme a las públicas gentes, abuelos, abuelas, niños y todas las crianzas, públicos feriantes, y tunantes burlescos, exterioricé aquí muestra alguna de padecer conciencia o asemejarme a lo que llegaría a transformarme una vez muté de piel, y cuerpo, a elefante. No sé cómo sucedió. Sí sé que nací acá de un huevo de elefante. Cuando era una yema creo que era una serpiente pequeña en una cesta de faquir a la espera de liberarme de aquel apresamiento. No recuerdo cómo fue. Sí que pronto tuve trompa fuerte, larga, y elástica, acompañada de un frondoso cuerpo con cuatro patas como las cuatro columnas del Partenón. Y también un rabo envidia del diablo. A esto, éste mi hizo recordar, que, aunque no tuviera conciencia, siempre pudiera recordar, aunque ni siquiera pudiera o quisiera, que provenía de un diminuto huevo de serpiente del tamaño de una cabeza de alfiler.

Así que, a los brazos de Morfeo en la espera de una nueva identidad, siempre al auspicio del licor de la fuente de la tetrodotoxina, nunca supe ni replicar el pánico a quienes me instigaran a reprimir mis sueños. Ser un elefante nacido de un huevo de serpiente era tan grato como descabellado. No así, si no fuera porque la marihuana se me prestaba al recuerdo, tal que así el diablo libara de sus ocultas fantasías inaprehensibles por la sola inquina ante un rabo de salamandra que le evocara el ancestro de los ensueños divinos en un elefante o una serpiente, no descansaría nunca por estos humos y licores de acceder a mis metamorfosis. Ser siempre una cucaracha o un grillo sería ser una cucaracha o un grillo. Mis transformaciones, aligeradas por las ansiosas ingurgitaciones de mis tetrodotoxinas, se responden a mis percepciones espirituales más que a las propias corpóreas, las cuales se remiten exclusivamente a la ausencia ambiental para disponer la mente apta a sus desviaciones somnolientas sometidas. Es así que una vez que alcancé a ser como un escarabajo consentí que mis sueños se tornaran intempestivas pesadillas. Y fue aquí como me mordió una oveja en mi caminar. Fuera que me topara con la oruga más fumadora y humeante de toda la preciosa literatura que hasta entonces conocí, que aún recuerdo como perdí la conciencia por su amor. A esto que una oveja me mordió tal que recuperara mi aprecio por la tetrodotoxina, y de este modo, prosiguiera mi camino junto a la oruga manifiestamente invisible.

Dábanse cuarenta años de desatinos sobre los lomos del elefante, afianzando la fuerte trompa, larga, y elástica, acompañada del frondoso cuerpo de cuatro patas, que, como las cuatro columnas del Partenón, se fijaban en los devaneos sobre los lomos del elefante, que a la toma de tierra por las vigilias que no me durmieran al camino de la fuente del licor, no me eximieran éstas de la narcolepsia por tetrodotoxinas que cautivaran mis sentidos a la deglución de éste suculento manjar. Es así verdad que no soy un muerto. Sueño para ser sincero en mis cometidos. Trato de comportarme como quien no soy. Sólo recuerdo que he sido un elefante, y también una jirafa. Creo que sí, que fui una jirafa en otro momento. A veces, generalmente, no suelo recordar lo que soy o lo que he sido. No estoy muerto, pero sueño eternamente. Esta es la razón de mi vejatoria presencia, por la cual me afecto de estos profundos insomnios categóricos que me repudian incluso aun cuando son objeto de las más acertadas de las perspicacias. Lo cierto es que me he propuesto ir más allá del sueño y conquistar lo que pudiera entenderse como un estado de inconciencia permanente. Así superar el estado de vigilia como antagonismo en la necesidad del sueño por una fluctuación perenne de la conciencia que conviniera una afinidad perpetua incorruptible con sus alteraciones. No soy consciente, pero sé que sueño para despertar algún día, y aunque sé que esto no es posible sino sólo frente a la muerte, compito sobre la sinrazón de este teatro de sombras de cristal para cooperar entre sus iluminarias.

Los caminos a la fuente del licor se trazan y convergen o divergen según su recorrido los acerque a la fuente de donde emana el preciado licor de la tetrodotoxina. Cierto es que aparentemente nadie pudiera estar interesado en tan desastroso y destructible veneno. Sólo quienes pacieran como ovejas al temor de la irrupción de algún depredador despiadado pudieran desear esas emisiones de tetrodotoxinas a la protección sobre impías inconveniencias. Es así como una oveja puede llegar a morder a un lobo como a mí me sucedió. Nunca he sido un lobo ni un elefante, ni siquiera una serpiente. Nací de la cabeza de un alfiler. Fue entonces que me encaminé lentamente hacia la fuente del licor, y allí, una vez que recorrí el camino, no regresé sino sediento ante la misma fuente que se me antojaba siempre otra y como nueva, entre los senderos multiformes e inextricables diseñados a la invitación de la tetrodotoxina.

Estas mis pesadillas morfeicas, se impelían sobre mis revelaciones identitarias, las cuales no más que a mí mismo se me declaraban, aun cuando en la apariencia de sus consumaciones se debatieran en sus confrontaciones por realizarse en sus surgimientos compartidos, más allá de las elucubraciones mentales que las acogieran. Fue así como se me antojó que aquel huevo de avestruz pudiera ser un buen lugar para cambiar de piel. No sé por qué tuve la insensatez de recordar en mi imaginación que hube sido una vez una pequeña serpiente con pretensiones de llegar a ser una boa de avestruz. En todo caso, me divertía ésta mi nueva identidad tanto como pudiera disfrutar de cualquier otra apoteosis que me enclavara sobre el camino a regresar de la fuente del licor hacia la fuente del licor. Así es cómo tuve la impronta de acudir a la búsqueda de una nueva fuente de licor. Mis sueños, así tornados pesadillas, no se dormían, para que de este modo fluir al manantial de verbos y palabras, que no sé si escribo o estoy escribiendo entre mis sinapsis, no fueran más que inconsecuentes peroratas de apestado. Mi afición natal por la tetrodotoxina me propulsaba a tomar la ausente conciencia de contener no más que la cabeza de un alfiler. Así que una vez de regreso a la búsqueda de una nueva fuente del licor, accedí a reconocer que mi vulnerable y voluble identidad se postraba sobre el encantamiento de mis sueños e innobles pesadillas. Era así tal, que ir a la conquista de los mundos morfeicos, en el liderazgo de las ingestiones de los licores de tetrodotoxina y su preservación, a la emanación de intransferibles previsiones ignotas, en la ingratitud de mi ostracismo y su ignominia, causa de envenenamientos y devoraciones, me permitió arribar, por mis ensoñaciones, a las malezas de las costas lindantes del Monte Erebus, donde los sueños de los murciélagos replican todos estos desastres ajenos de mis desgobiernos. Lo cierto es que la nobleza obliga incluso ante quien en su empaque se diserte la zoología como por todo sobre una nueva algarabía.

Así que maduraba en los adentros de un huevo de avestruz, me parecía que llegar a ser algo más que un candidato a tener trompa y colmillos pasaba por rellenar cántaros y programar ingenierías hidráulicas que difundieran el uso y las comodidades al acceso del licor y sus tetrodotoxinas. No así mi oruga invisible, que me velaba tal como una plañidera a su cadáver, en el respeto a las memorias de sus horas, por la entrega de sus presencias, siempre atentas sobre las inconsecuentes e impertinentes motivaciones de mi inconciencia, me aconsejaba por siempre retomar a bien cuanto se me evidenciase a la mente y los sentidos, a más como si fuera que hubiera de combatir contra mis propios recuerdos y la incontenible experiencia, que a esto que se plañía, a más que hasta la invernal nieve prorrumpiera sobre sus ausencias. Cuando partí la cáscara de la boa por dentro, la primera vez que supe que era una yema de avestruz, estaba ya montado al carruaje de un caballo. La marihuana formaba un sahumerio en la estancia del venerado alfiler tal que como un dios se revelaba dispuesto a recomponer su creación demiúrgica. No así la marihuana no era la marihuana sino las creencias utilitarias que se le adjudicaban. Lo cierto es que su presencia objetaba recordar al venerado alfiler. Cuando me parí de la cascara por dentro siendo un avestruz recordé que estaba ya montado al carro del caballo. Así que me dirigí por las trochas de las espesuras arbóreas hacia el Monte Erebus a los confines del Occidente. Auriga en la imaginación de leones y otros insectos irrumpí en la morada de Morfeo como si de un delirante sueño se tratara a suplicar mis vigilias impolutas. Era así que tal mi pesadilla se expandía hasta tal apaciguado recuerdo en el delicioso licor de la tetrodotoxina que regresé a la batalla de los sahumerios donde me hallaba protegido por Morfeo cuando se soñaba a sí mismo sin dejar de ser un huevo diminuto del tamaño de la cabeza de un alfiler.

Lo cierto es que transmutar los sueños de Morfeo o sus pesadillas asistidas por su manifiesta proclamación, cuando se trata de prevenir desastres y calamidades en la ejecución de la obra de sus prosélitos y secuaces, por los valores adscritos en la contienda zoofílica desde la que se transfiguran las apariencias como camaleones de todos los partícipes, sin menoscabo de sus condiciones, no son los que a sí mismos se recuerdan como tales afectos de las pesadillas o los sueños que Morfeo propone a cada uno de los seres pensantes en la contribución de una escalada mental que arremetiera por todo el ecosistema. Así como los buitres y los linces hubieran de apacentar tal como orugas en los ánimos de Morfeo en mis sueños, que habría de compartir en sus vigilias destrozados por sus adversarios, constructores de mis pesadillas y conmociones, así las salamandras, los camaleones, y demás serpientes cuadrúpedas como caballos o leones, por nunca hubieran de lograr sus inspiraciones a más que se pretendiera resurgir a partir de la posesión animal de una becerra desmemoriada.

Es a esto que la ingesta de tetrodotoxina se propalaba como bulos salvíficos que circulasen sin reparos entre las manos de sus acreedores. Aquí de los caños se condujera el líquido excelente hasta las moradas donde se sirviera, que con tan sólo abrir un grifo se obtuviese el licor sin traslados ni epopeyas, y aquí que el mismo licor incluso se sustraía en su esencia del contenido de tetrodotoxinas y demás otras componendas, que al refrescante y liberador trago no incitaran a disfrutar de sueños o ensoñaciones incognoscibles y perturbadoras. De este modo, la contraindicación expresa ante los efectos de esta sustancia, que se centraba sobre la inoperancia en la sobriedad de la vigilia natural, encontraba su irremediable abducción en la locura. Así, el deambular por el espacio y el tiempo en la movilidad y la transitoriedad morfeicas, se toleraba tan sólo a los elegidos por proteger las faunas idiosincráticas, portadoras de los espíritus sustentantes de la integridad de la completud sistémica. Libres así estos vivientes a la exclusión de la marihuana por meritoriaje en adquisición de una inconciencia permanente, se inscriben como guías magistrales en compañía y seguimiento sobre la ebriedad contraída para la ineficacia de los inútiles e incapaces visionarios, secuestrados aquí por las mafias de suministro, allí donde no hay redes de ordenamiento del consumo de marihuana y tetradotoxina, a los efectos de la desintegración del ecosistema hacia una nueva algarabía que instaurar a la salve de los excluidos por su inadaptación febril ante las fantasmagorías morfeicas. Es así pues que la tetrodotoxina, una vez en su aislamiento, provocara conocimiento y dominio sobre el ejercicio de la alienación y sus resultantes distanciamientos posibilitados. Y asimismo pues la marihuana indujera a su consumición por las mismas consecuencias por las que los sueños o pesadillas se convocasen como productores de estímulos inconscientes a la satisfacción de las mentes y a sus prevenciones intuitivas de futuro. De este modo es pues que las prohibiciones racionales ante la sinrazón exotérica eran contundentemente incuestionables en cuanto en tanto a la normalidad y encauzamiento de las vicisitudes comunes. No se hacía posible que un gato se zampara a un elefante, no sin que se sucediera entre los límites de la marihuana transgredida por la videncia de un borracho bebedor.

Recuperar aquí los sueños, de modo tal que sus contenidos expresos prendieran entre las imaginaciones y recuerdos de las mentes convocantes a las batallas del dolor y los sufrimientos, comunes e inconscientes, que nos presentan la ineluctabilidad de nuestras obligaciones en la humana indefensión, tal que nuestras pertenencias campales desfiguren por atenciones provisorias sobre las ejecutantes decisiones que transmutaran la ineluctabilidad misma de nuestras obligaciones en la coparticipación natural a la humana indefensión, se eleva a constituir el sueño por el que nuestras batallas campales aspiran a reordenar las aportaciones de nuestros delirios irreconocibles e inconfesables. Es así que el sueño impostergable de Morfeo, que expresa aún de por sí sus propias pesadillas, somete en su inexpugnabilidad a cuantas lenguas de razas y especies de animales o plantas se pronunciasen. Es aquí por tanto que los girasoles por amor a la luna aúllan al sol. Y es así pues que todo ser vivo lleva un animal adentro que intuye el vaticinio de su esperanza y sus promesas en su insuflación.

Este lenguaje de los sueños, que permanece en la vigilia de los locos y excluidos, a más de quienes se pretenden santos expiatorios de sus animalarios como indicio de una distinción intrasmisible, se expande entre todas las mentes y sus consecuentes actitudes comportamentales, a que cesen las sombrías pesadillas no más que al rescate de locos y excluidos, que en los sueños o pesadillas de animales y plantas y otros venenos letales tal como la tetrodotoxina o el vino de marihuana, se convoca a muertos y heridos a la campaña contra las diabólicas inculpaciones de la injusticia para que se extinga la mala vida en la tierra.

Así aquí los grandes soñantes de la mejor existencia, nos proveemos a la velada de los emisarios de Morfeo, en siestas y otros sueños, tal como zombies matutinos en burro, entre ovejas dormideras que muerden así tal que causan el deseo irrefrenable por la permanente succión de tetrodotoxina y marihuana, como estos mismos murciélagos, sustractores igualmente de la sangre de los burros en la tarde o provocadores de los insomnios nocturnos que las ovejas padecieran cuando mis moscas adiestradas, al recreo de unos vinos de marihuana, perturbaran la natural emanación de los sueños contraídos por su devota inclinación a extirpar fauna y flora donde no se dijera más que geofagia.

Así mis moscas, entre avispas mortecinas, pululan alrededor de mis hamacas al concierto de mis indicaciones. En tanto se me ausenta la conciencia, por tanto que me entrego al sueño del olvido a la habituación de afirmarme como ser durmiente, al frente de mis moscas saltarinas, establezco que aunque me rodeen las graciosas moscas, evocadoras, domino sus aleteos y sus arlequinescos volatines, tal cual a mis alertas me afanan en su impertinencia, que no siendo ni un muerto, ni tampoco un zombie, ni un burro o un sacrilegio, me expongo así en lo que aún queda claro sobre lo cierto, discreto por lo indefectiblemente falso de lo que cuento.

 

“Y así es que mis moscas, entre avispas mortecinas, entre zumbidos y cosquilleos, asombrosa fascinación, el sueño y sus literaturas me devuelven de la tortura de ser el domador de moscas que causa el malestar de mi sueño y mis literaturas.”

 

Nací en mis sueños de un diminuto huevo de serpiente del tamaño de la cabeza de un alfiler, y por siempre me amamanté del mismo sabroso licor, aunque no de la misma fuente. Al principio, cuando era aún no más que una pequeña yemita, libaba de las ocultas fantasías inaprehensibles que se me prestaban en el interior de la cáscara. No necesitaba realidades. Luego, cuando era no poco más que un embrión me mordió una oveja. Esto fue un trauma que no llegué a superar hasta que me fumé mi primer cigarrillo de marihuana, justo antes de conocer a la oruga que llegaría a ser la compañera inseparable de mis periplos. Un día soñé que me comí un elefante. Entonces era una serpiente pequeña, que aún no había mudado nunca su piel. En realidad, siempre que he sido serpiente he sido una serpiente pequeña, aun cuando no siendo una cría he sido pequeña, porque soy una serpiente pequeña, pero tremendamente devoradora. A esto, hoy he mudado mi piel. En sueños. Esto no significa que deba ser reprobada mi mutación, pues los sueños deben tener algún sentido, en tanto que en el caso de que no lo tuvieran, sería una insensatez que abrazáramos los brazos de Morfeo cada vez que los profesamos.

Nunca tuve conciencia. Ni aun cuando me liberé del apresamiento donde me enjaulaban para exponerme a las públicas gentes, abuelos, abuelas, niños y todas las crianzas, públicos feriantes, y tunantes burlescos, exterioricé aquí muestra alguna de padecer conciencia o asemejarme a lo que llegaría a transformarme una vez muté de piel, y cuerpo, a elefante. No sé cómo sucedió. Sí sé que nací acá de un huevo de elefante. Cuando era una yema creo que era una serpiente pequeña en una cesta de faquir a la espera de liberarme de aquel apresamiento. No recuerdo cómo fue. Sí que pronto tuve trompa fuerte, larga, y elástica, acompañada de un frondoso cuerpo con cuatro patas como las cuatro columnas del Partenón. Y también un rabo envidia del diablo. A esto, éste mi hizo recordar, que, aunque no tuviera conciencia, siempre pudiera recordar, aunque ni siquiera pudiera o quisiera, que provenía de un diminuto huevo de serpiente del tamaño de una cabeza de alfiler.

Así que, a los brazos de Morfeo en la espera de una nueva identidad, siempre al auspicio del licor de la fuente de la tetrodotoxina, nunca supe ni replicar el pánico a quienes me instigaran a reprimir mis sueños. Ser un elefante nacido de un huevo de serpiente era tan grato como descabellado. No así, si no fuera porque la marihuana se me prestaba al recuerdo, tal que así el diablo libara de sus ocultas fantasías inaprehensibles por la sola inquina ante un rabo de salamandra que le evocara el ancestro de los ensueños divinos en un elefante o una serpiente, no descansaría nunca por estos humos y licores de acceder a mis metamorfosis. Ser siempre una cucaracha o un grillo sería ser una cucaracha o un grillo. Mis transformaciones, aligeradas por las ansiosas ingurgitaciones de mis tetrodotoxinas, se responden a mis percepciones espirituales más que a las propias corpóreas, las cuales se remiten exclusivamente a la ausencia ambiental para disponer la mente apta a sus desviaciones somnolientas sometidas. Es así que una vez que alcancé a ser como un escarabajo consentí que mis sueños se tornaran intempestivas pesadillas. Y fue aquí como me mordió una oveja en mi caminar. Fuera que me topara con la oruga más fumadora y humeante de toda la preciosa literatura que hasta entonces conocí, que aún recuerdo como perdí la conciencia por su amor. A esto que una oveja me mordió tal que recuperara mi aprecio por la tetrodotoxina, y de este modo, prosiguiera mi camino junto a la oruga manifiestamente invisible.

Dábanse cuarenta años de desatinos sobre los lomos del elefante, afianzando la fuerte trompa, larga, y elástica, acompañada del frondoso cuerpo de cuatro patas, que, como las cuatro columnas del Partenón, se fijaban en los devaneos sobre los lomos del elefante, que a la toma de tierra por las vigilias que no me durmieran al camino de la fuente del licor, no me eximieran éstas de la narcolepsia por tetrodotoxinas que cautivaran mis sentidos a la deglución de éste suculento manjar. Es así verdad que no soy un muerto. Sueño para ser sincero en mis cometidos. Trato de comportarme como quien no soy. Sólo recuerdo que he sido un elefante, y también una jirafa. Creo que sí, que fui una jirafa en otro momento. A veces, generalmente, no suelo recordar lo que soy o lo que he sido. No estoy muerto, pero sueño eternamente. Esta es la razón de mi vejatoria presencia, por la cual me afecto de estos profundos insomnios categóricos que me repudian incluso aun cuando son objeto de las más acertadas de las perspicacias. Lo cierto es que me he propuesto ir más allá del sueño y conquistar lo que pudiera entenderse como un estado de inconciencia permanente. Así superar el estado de vigilia como antagonismo en la necesidad del sueño por una fluctuación perenne de la conciencia que conviniera una afinidad perpetua incorruptible con sus alteraciones. No soy consciente, pero sé que sueño para despertar algún día, y aunque sé que esto no es posible sino sólo frente a la muerte, compito sobre la sinrazón de este teatro de sombras de cristal para cooperar entre sus iluminarias.

Los caminos a la fuente del licor se trazan y convergen o divergen según su recorrido los acerque a la fuente de donde emana el preciado licor de la tetrodotoxina. Cierto es que aparentemente nadie pudiera estar interesado en tan desastroso y destructible veneno. Sólo quienes pacieran como ovejas al temor de la irrupción de algún depredador despiadado pudieran desear esas emisiones de tetrodotoxinas a la protección sobre impías inconveniencias. Es así como una oveja puede llegar a morder a un lobo como a mí me sucedió. Nunca he sido un lobo ni un elefante, ni siquiera una serpiente. Nací de la cabeza de un alfiler. Fue entonces que me encaminé lentamente hacia la fuente del licor, y allí, una vez que recorrí el camino, no regresé sino sediento ante la misma fuente que se me antojaba siempre otra y como nueva, entre los senderos multiformes e inextricables diseñados a la invitación de la tetrodotoxina.

Estas mis pesadillas morfeicas, se impelían sobre mis revelaciones identitarias, las cuales no más que a mí mismo se me declaraban, aun cuando en la apariencia de sus consumaciones se debatieran en sus confrontaciones por realizarse en sus surgimientos compartidos, más allá de las elucubraciones mentales que las acogieran. Fue así como se me antojó que aquel huevo de avestruz pudiera ser un buen lugar para cambiar de piel. No sé por qué tuve la insensatez de recordar en mi imaginación que hube sido una vez una pequeña serpiente con pretensiones de llegar a ser una boa de avestruz. En todo caso, me divertía ésta mi nueva identidad tanto como pudiera disfrutar de cualquier otra apoteosis que me enclavara sobre el camino a regresar de la fuente del licor hacia la fuente del licor. Así es cómo tuve la impronta de acudir a la búsqueda de una nueva fuente de licor. Mis sueños, así tornados pesadillas, no se dormían, para que de este modo fluir al manantial de verbos y palabras, que no sé si escribo o estoy escribiendo entre mis sinapsis, no fueran más que inconsecuentes peroratas de apestado. Mi afición natal por la tetrodotoxina me propulsaba a tomar la ausente conciencia de contener no más que la cabeza de un alfiler. Así que una vez de regreso a la búsqueda de una nueva fuente del licor, accedí a reconocer que mi vulnerable y voluble identidad se postraba sobre el encantamiento de mis sueños e innobles pesadillas. Era así tal, que ir a la conquista de los mundos morfeicos, en el liderazgo de las ingestiones de los licores de tetrodotoxina y su preservación, a la emanación de intransferibles previsiones ignotas, en la ingratitud de mi ostracismo y su ignominia, causa de envenenamientos y devoraciones, me permitió arribar, por mis ensoñaciones, a las malezas de las costas lindantes del Monte Erebus, donde los sueños de los murciélagos replican todos estos desastres ajenos de mis desgobiernos. Lo cierto es que la nobleza obliga incluso ante quien en su empaque se diserte la zoología como por todo sobre una nueva algarabía.

Así que maduraba en los adentros de un huevo de avestruz me parecía que llegar a ser algo más que un candidato a tener trompa y colmillos pasaba por rellenar cántaros y programar ingenierías hidráulicas que difundieran el uso y las comodidades al acceso del licor y sus tetrodotoxinas. No así mi oruga invisible, que me velaba tal como una plañidera a su cadáver, en el respeto a las memorias de sus horas, por la entrega de sus presencias, siempre atentas sobre las inconsecuentes e impertinentes motivaciones de mi inconciencia, me aconsejaba por siempre retomar a bien cuanto se me evidenciase a la mente y los sentidos, a más como si fuera que hubiera de combatir contra mis propios recuerdos y la incontenible experiencia, que a esto que se plañía, a más que hasta la invernal nieve prorrumpiera sobre sus ausencias. Cuando partí la cáscara por dentro la primera vez que supe que era una yema de avestruz, estaba ya montado al carruaje de un caballo. La marihuana formaba un sahumerio en la estancia del venerado alfiler tal que como un dios se revelaba dispuesto a recomponer su creación demiúrgica. No así la marihuana no era la marihuana sino las creencias utilitarias que se le adjudicaban. Lo cierto es que su presencia objetaba recordar al venerado alfiler. Cuando me parí de la cascara por dentro siendo un avestruz recordé que estaba ya montado al carro del caballo. Así que me dirigí por las trochas de las espesuras arbóreas hacia el Monte Erebus a los confines del Occidente. Auriga en la imaginación de leones y otros insectos irrumpí en la morada de Morfeo como si de un delirante sueño se tratara a suplicar mis vigilias impolutas. Era así que tal mi pesadilla se expandía hasta tal apaciguado recuerdo en el delicioso licor de la tetrodotoxina que regresé a la batalla de los sahumerios donde me hallaba protegido por Morfeo cuando se soñaba a sí mismo sin dejar de ser un huevo diminuto del tamaño de la cabeza de un alfiler.

Lo cierto es que transmutar los sueños de Morfeo o sus pesadillas asistidas por su manifiesta proclamación, cuando se trata de prevenir desastres y calamidades en la ejecución de la obra de sus prosélitos y secuaces, por los valores adscritos en la contienda zoofílica desde la que se transfiguran las apariencias como camaleones de todos los partícipes, sin menoscabo de sus condiciones, tales que no son los que a sí mismos se recuerdan afectos de las pesadillas o los sueños que Morfeo propone a cada uno de los seres pensantes a la contribución de una escalada mental que arremetiese por todo el ecosistema. Así como los buitres y los linces hubieran de apacentar tal como orugas en los ánimos de Morfeo en mis sueños, que habría de compartir en sus vigilias destrozados por sus adversarios, constructores de mis pesadillas y conmociones, así las salamandras, los camaleones, y demás serpientes cuadrúpedas como caballos o leones, por nunca hubieran de lograr sus inspiraciones a más que se pretendiera resurgir a partir de la posesión animal de una becerra desmemoriada.

Es a esto que la ingesta de tetrodotoxina se propalaba como bulos salvíficos que circulasen sin reparos entre las manos de sus acreedores. Aquí de los caños se condujera el líquido excelente hasta las moradas donde se sirviera, que con tan sólo abrir un grifo se obtuviese el licor sin traslados ni epopeyas, y aquí que el mismo licor incluso se sustraía en su esencia del contenido de tetrodotoxinas y demás otras componendas, que al refrescante y liberador trago no incitaran a disfrutar de sueños o ensoñaciones incognoscibles y perturbadoras. De este modo, la contraindicación expresa ante los efectos de esta sustancia, que se centraba sobre la inoperancia en la sobriedad de la vigilia natural, encontraba su irremediable abducción en la locura. Así, el deambular por el espacio y el tiempo en la movilidad y la transitoriedad morfeicas, se toleraba tan sólo a los elegidos por proteger las faunas idiosincráticas, portadoras de los espíritus sustentantes de la integridad de la completud sistémica. Libres así estos vivientes a la exclusión de la marihuana por meritoriaje en adquisición de una inconciencia permanente, se inscriben como guías magistrales en compañía y seguimiento sobre la ebriedad contraída para la ineficacia de los inútiles e incapaces visionarios, secuestrados aquí por las mafias de suministro, allí donde no hay redes de ordenamiento del consumo de marihuana y tetradotoxina, a los efectos de la desintegración del ecosistema hacia una nueva algarabía que instaurar a la salve de los excluidos por su inadaptación febril ante las fantasmagorías morfeicas. Es así pues que la tetrodotoxina, una vez en su aislamiento, provocara conocimiento y dominio sobre el ejercicio de la alienación y sus resultantes distanciamientos posibilitados. Y asimismo pues la marihuana indujera a su consumición por las mismas consecuencias por las que los sueños o pesadillas se convocasen como productores de estímulos inconscientes a la satisfacción de las mentes y a sus prevenciones intuitivas de futuro. De este modo es pues que las prohibiciones racionales ante la sinrazón exotérica eran contundentemente incuestionables en cuanto en tanto a la normalidad y encauzamiento de las vicisitudes comunes. No se hacía posible que un gato se zampara a un elefante no sin que se sucediera entre los límites de la marihuana transgredida por la videncia de un borracho bebedor.

Recuperar aquí los sueños, de modo tal que sus contenidos expresos prendieran entre las imaginaciones y recuerdos de las mentes convocantes a las batallas del dolor y los sufrimientos, comunes e inconscientes, que nos presentan la ineluctabilidad de nuestras obligaciones en la humana indefensión, tal que nuestras pertenencias campales desfiguren por atenciones provisorias sobre las ejecutantes decisiones que transmutaran la ineluctabilidad misma de nuestras obligaciones en la coparticipación natural a la humana indefensión, se eleva a constituir el sueño por el que nuestras batallas campales aspiran a reordenar las aportaciones de nuestros delirios irreconocibles e inconfesables. Es así que el sueño impostergable de Morfeo, que expresa aún de por sí sus propias pesadillas, somete en su inexpugnabilidad a cuantas lenguas de razas y especies de animales o plantas se pronunciasen. Es aquí por tanto que los girasoles por amor a la luna aúllan al sol. Y es así pues que todo ser vivo lleva un animal adentro que intuye el vaticinio de su esperanza y sus promesas en su insuflación.

Este lenguaje de los sueños, que permanece en la vigilia de los locos y excluidos, a más de quienes se pretenden santos expiatorios de sus animalarios como indicio de una distinción intrasmisible, se expande entre todas las mentes y sus consecuentes actitudes comportamentales, a que cesen las sombrías pesadillas no más que al rescate de locos y excluidos, que en los sueños o pesadillas de animales y plantas y otros venenos letales tal como la tetrodotoxina o el vino de marihuana, se convoca a muertos y heridos a la campaña contra las diabólicas inculpaciones de la injusticia para que se extinga la mala vida en la tierra.

Así aquí los grandes soñantes de la mejor existencia, nos proveemos a la velada de los emisarios de Morfeo, en siestas y otros sueños, tal como zombies matutinos en burro, entre ovejas dormideras que muerden así tal que causan el deseo irrefrenable por la permanente succión de tetrodotoxina y marihuana, como estos mismos murciélagos, sustractores igualmente de la sangre de los burros en la tarde o provocadores de los insomnios nocturnos que las ovejas padecieran cuando mis moscas adiestradas, al recreo de unos vinos de marihuana, perturbaran la natural emanación de los sueños contraídos por su devota inclinación a extirpar fauna y flora donde no se dijera más que geofagia.

Así mis moscas, entre avispas mortecinas, pululan alrededor de mis hamacas al concierto de mis indicaciones. En tanto se me ausenta la conciencia, por tanto que me entrego al sueño del olvido a la habituación de afirmarme como ser durmiente, al frente de mis moscas saltarinas, establezco que aunque me rodeen las graciosas moscas, evocadoras, domino sus aleteos y sus arlequinescos volatines, tal cual a mis alertas me afanan en su impertinencia, que no siendo ni un muerto, ni tampoco un zombie, ni un burro o un sacrilegio, me expongo así en lo que aún queda claro sobre lo cierto, discreto por lo indefectiblemente falso de lo que cuento.

 

“Y así es que mis moscas, entre avispas mortecinas, entre zumbidos y cosquilleos, asombrosa fascinación, el sueño y sus literaturas me devuelven de la tortura de ser el domador de moscas que causa el malestar de mi sueño y mis literaturas.”

*

FIN

 

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LAS NUPCIAS DE DON CARNAL Y DOÑA CUARESMA (STORYTELLING)

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