DOMINUS (TEATRO BREVE)
DOMINUS (COMPLETO)
El Autor: Andrés Pablo Medina
(En escena, una mesa alargada cubierta por un mantel blanco. Pan en un cesto y vino en botella. Una copa ancha y un plato hondo. Un crucifijo. Una vela encendida.) (Se ameniza la entrada con música procesional.) (Antes de la entrada del PADRE JUAN, nuestro personaje, en indumentaria según la calenda, suena el “Ave María” de Schubert. Si se desea, el PADRE JUAN puede entonarlo en su entrada.)
PADRE JUAN.-
Queridos conciudadanos, se sorprenderán que les haya congregado en un teatro cuando soy un sacerdote de la iglesia católica que bastante tiene con sus templos y sus legados y sus propios y entregados feligreses.
Pues bien, a pesar de que ustedes deben saber que el teatro al que ustedes acuden cuando vienen aquí, a este templo de sabios cultos, es una réplica de los orígenes de nuestras celebraciones sacrificiales, me presento en estos sacros oficios a la llamada de una necesidad carente en la humanidad colectiva de hoy.
No me mueve el interés egotista ni de la fama ni del poder, ni de la admiración o deificación contra ustedes mis presentes. De igual trato deseo a hombres, mujeres y homosexuales, y negros o gitanos, que en mi profecía, me auspicia mi fe en la liberación de estos pobres y oprimidos y cualesquiera en sus condiciones marginales.
Estoy aquí porque me conmueve lo que con el hombre libre y ejemplar de esta sociedad contemporánea se confabula. El orden social tradicional de la iglesia no exime al cristiano de la consideración del prójimo como una diferencia a aceptar en su valoración. Es más, el cristiano no debe enjuiciar la suplantación de la mente divina sobre el próximo. Amar es considerar la pluralidad de razas y credos en el ecumenismo y la convivencia de la fe religiosa. Es algo así como que la moral nunca debe impedir nuestra realización de buenas acciones, la moral… que así es como obtenemos nuestra visión en la participatio. Esto es así pues siempre algo más que la filantropía. Ustedes se preguntaran por qué me expongo de este modo, quizá herético, usando la industria del teatro, congregando al público del arte.
Hay una razón, que como en una obra de teatro, de momento, permanecerá oculta.
El pilar religioso en una sociedad es fundamental. Incluso la negación de la religión por medio del ateísmo es un posicionamiento religioso necesario para el desarrollo de la estructuración de una sociedad. El cristianismo, ha expresado su condolencia por los errores cometidos en el pasado, explícitamente, no sin embargo, estimados conciudadanos, se debe asimismo establecer categóricamente la importancia libertadora del cristianismo en la historia. ¿No es que si no fuera por el cristianismo los sucesos del pasado hubieran acaecido de un modo irresolublemente trágico? Debe reconocerse que el cristianismo ha aportado ser el mal menor, en todo caso.
La Iglesia, hermanos, permítanme congregarles en el llamamiento a la hermandad, no está aún constituida. Cristo sugirió a Pedro que la construyera, esto no significa que se haya logrado construir. Si desciendo, o asciendo, al escenario, para propagar la misión de la Iglesia lo hago por la convicción que ustedes son receptivos a la idea de comprender los límites de la transferencia de la enseñanza magisterial en la superestructura, irremisiblemente. Creo, que es posible afirmar que creemos, que es posible creer inverosímilmente en la irracionalidad más allá de la razón, como muestra fehaciente de la fe que profesamos al menos sólo por existir.
Aquí estamos todos.
No trato de embrollarles con mis palabras. Tan sólo expongo, quizá dramáticamente, que mi cometido en esta obra de teatro.es acercar la contemplación y participación de estos sueños tan maravillosos, que cuando se practican, ofrecen la satisfacción en su plenitud, tal cual desde este estrado se comparte y proporciona esta misma transferencia.
(Suena música y recita el Credo.)
“Creemos en un solo Dios,
Padre todopoderoso,
Creador de cielo y tierra,
de todo lo visible y lo invisible.
Creemos en un solo Señor, Jesucristo,
Hijo único de Dios,
nacido del Padre antes de todos los siglos:
Dios de Dios, Luz de Luz,
Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado,
de la misma naturaleza que el Padre,
por quien todo fue hecho;
que por nosotros los hombres
y por nuestra salvación bajo del cielo,
y por obra del Espíritu Santo
se encarnó de María, la Virgen,
y se hizo hombre;
y por nuestra causa fue crucificado
en tiempos de Poncio Pilato:
padeció y fue sepultado,
y resucitó al tercer día, según las Escrituras,
y subió al cielo,
y está sentado a la derecha del Padre;
y de nuevo vendrá con gloria
para juzgar a vivos y muertos,
y su reino no tendrá fin.
Creemos en el Espíritu Santo,
Señor y dador de vida,
que procede del Padre y del Hijo,
que con el Padre y el Hijo
recibe una misma adoración y gloria,
y que habló por los profetas.
Y en la Iglesia,
que es una, santa,
católica y apostólica.
Reconocemos
un solo Bautismo
para el perdón de los pecados.
Esperamos la resurrección
de los muertos
y la vida del mundo futuro.
Amén.”
Estos versos o poesía que acaban ustedes de presenciar, sea así para neófitos su nombre por oración, contiene una simbología alegórica del conocimiento universal que expresa la completitud espiritual teologal que la tradición cristiana propaga a lo largo de su Historia. Es así que la Iglesia ha sido la primera y más prolífica productora de obras teatrales, en tanto que para transferir el conocimiento ha recurrido a la implantación de una estratificación social necesaria para el desarrollo dramático y escénico de esta misma sociedad. El cristianismo ha sido tradicionalmente implacable debido a su capacidad de absorción y adaptación, de su versatilidad. No es así que ahora los tiempos han cambiado radicalmente, la Iglesia se recompone, y la humanidad, ustedes todos, hermanos, adquieren de los Cielos del cristianismo, el maná que les hace libres y sabios, sin mediaciones clericales, aunque esta afirmación pudiera incurrir en una nueva diferenciación categórica de sus misterios, en tanto que la evolución a un mundo libre, igualitario, sin servilismos, puede no ser unánime en el sentir común, e influir directamente en las relaciones humanas y por consiguiente del dominio eclesiástico. No así es hoy cuando la Iglesia espera definitoriamente el triunfo de éste, su Cristo Rey, fundador mesiánico, propósito fundante y unívoco en la aspiración de una eternidad gloriosa e infranqueable.
El cristiano busca desesperadamente entre las simbologías proféticas una realidad contundente. «¿Soy menos real porque esté en un escenario?» «¿Tengo menos razón por ser lo que soy, ahora, aquí?» La realidad será aplastante, y no exactamente verdadera, claro. Incluso aunque dejemos de un lado al mesianismo, el cual sólo nos provoca confusión y alteridad en su plural e imprecisa sentencia alegórica.
La fe del cristiano le implica el desarrollo de un comportamiento social determinado por sus propósitos y misiones personales adquiridas. Esto es que en ocasiones nuestros feligreses se escudan aquí para subsistir en sociedad bajo pretextos morales, con los que eluden sus verdaderos compromisos auténticos. Es aquí que se persigue a los cristianos como a actores maquiavélicos, y no sin razón. Los buenos cristianos en ocasiones no son cristianos, y el reino de los Cielos está abierto a ellos. Así está en las escrituras, pronunciado por nuestro Redentor. En todo caso, las tradiciones y manifestaciones religiosas incitan al espíritu, tanto o más que lo hago o pudiera hacer yo ahora, aquí.
Bien, sin más rodeos. Sucede que la situación de la religión es grave.
(Comienza a cortar con las manos pequeños trozos de pan y volcarlos en el plato.)
Queridos conciudadanos, la Iglesia les necesita. La Iglesia Vaticana ha entrado en banca rota. Se avecina una revolución caótica sin referentes a los que recurrir a una reconversión sin precedentes. La llamada nueva era que asistimos se presenta como una entropía impredecible. Ustedes sólo sobrevivirán en el corazón de Cristo, maestro de los maestros, precursor de la era eterna, en tanto que la luz del espíritu está ciega fuera de esta ubicuidad. Estimado público presente, recapaciten conmigo. Sigan la estela abierta por aquellos que siempre les dieron la confianza. Sigan a su corazón, nunca a sus miedos depredadores.
La liberación tiene palabras y hechos para colmar vuestras voluntades y necesidades tanto espirituales como mundanales.
(Baja al escenario con el plato y el pan.)
Comprendo vuestro asombro por estas transgresiones, aprecio vuestro respeto por las formas convencionales, sean cuales fueren. Sin embargo, asistimos a una renovación inevitable.
Es por esto que rifo estas migas de pan por módicos precios. ¿Quién me ofrece?…
¿Quién no comprende que estos desordenes no alteran la capacidad de las fuerzas de ambas transferencias, a saber, dramáticas y religiosas?
¿No aquí que esta suma fluyente de registros comensales es condición sine qua non por la que obrar sobre el hombre y su constitución supraracional?
¡El drama ofrece su exposición!
¡El cristianismo contiene así la integridad de su transmisión!
… Sea cuales fueren sus formas, sus desaciertos, sus ironías…
(Rifa migas con gracejo, y hace comérselas, también incluso gratuitamente, a su consideración, a otros partícipes espectadores.)
(IMPROVISA interactuando con el PÚBLICO.)
“¡No olviden marcar la casilla en la declaración de hacienda!”
(De regreso al escenario.) (Fin de la IMPROVISACIÓN.)
Así que «Podéis ir en paz», y ustedes habrían de responder: «Demos gracias al Señor»:
Podéis ir en paz… (Hasta que el público responda: «Demos gracias al Señor».)…
En verdad os digo aquí que esto del teatro es el mejor culto que se puede ofrendar al Señor en la misión del espíritu, pero no al Señor de los anillos ni al Señor de las moscas, sino al Señor de la composición de una comunidad en ceremonia colectiva partícipe de sus ritos por y para la emancipación de las cargas mundanales y su exoneración, hacia la elevación de nuestras existencias. Es la pluralidad del pueblo de Dios en su diversidad ecuménica, la que expresa la adaptabilidad en sus diferentes convenciones, la convergencia espiritual más allá de la formalidad, que así debe ofrecer la expresión mediática de sus teologías y la predicación.
…¡Oremos!…
¡Oremos todos!
(Se arrodilla. Se escucha el siguiente monólogo de “Hamlet” de Shakespeare con el rock “In the mood” de fondo.)
(En silencio y consternación, atiende al monólogo mientras come migas de pan observando obnubilado al público, tal como un espectador de cine con sus palomitas de maíz.)
VOZ.-
¡Ser o no ser, he aquí el problema! ¿Qué es más elevado para el espíritu: sufrir los golpes y dardos de la insultante Fortuna, o tomar las armas contra un piélago de calamidades y, haciéndoles frente, acabar con ellas?
¡Morir! Dormir… no más ¡Y pensar que con un sueño damos fin al pesar del corazón y a los mil naturales conflictos que constituyen la herencia de la carne! ¡He aquí un término devotamente apetecible! ¡Morir… dormir! ¡Dormir… tal vez soñar!
¡Sí, ahí está el obstáculo! ¡Porque es forzoso que nos detenga el considerar qué sueños pueden sobrevenir en aquel sueño de la muerte, cuando nos hayamos librado del torbellino de la vida! ¡He aquí la reflexión que da existencia tan larga al infortunio!
Porque… ¿Quién aguantaría los ultrajes y desdenes del mundo, la injuria del opresor, la afrenta del soberbio, las congojas del amor desairado, las tardanzas de la justicia, las insolencias del poder y las vejaciones que el paciente mérito recibe del hombre indigno; cuando uno mismo podría procurar su reposo con un simple estilete? ¿Quién querría llevar tan duras cargas, gemir y sudar bajo el peso de una vida afanosa, si no fuera por el temor de un algo, después de la muerte, esa región cuyos confines no vuelve a traspasar viajero alguno, temor que confunde nuestra voluntad y nos impulsa a soportar aquellos males que nos afligen, antes que lanzarnos a otros que desconocemos?
Así la conciencia hace de todos nosotros unos cobardes; y así los primitivos matices de la resolución desmayan bajo los pálidos toques del pensamiento, y las empresas de mayores alientos e importancia, por esa consideración, tuercen su curso y dejan de tener nombre de acción…
Pero ¡silencio!… ¡Ahí viene la hermosa Ofelia!
(Acaba el monólogo y la música. Se levanta. Se sirve una copa de vino. Se la bebe de un trago.)
PADRE JUAN.-
“Virgen Nuestra, Virgen Santa, Virgen Inmortal, en tus plegarias acuérdate de nuestras faltas y nuestros pecados todos.”
Sea el fiel reflejo de nuestra alma nuestro Señor Jesucristo Crucificado, que en el dolor y el sacrificio por la salvedad de nuestras trascendencias, la luminaria que alumbre nuestras composturas, guie el destino de nuestros pueblos y sus públicos todos, y a cada uno de nosotros en sí, por sus aportaciones comunales a la propia concordia de las sempiternas necesidades de la humanidad.
Celebremos esta Pasión como Dios nos manda en nuestra cristiandad sobre nuestros propios entendimientos…
“La Paz sea con vosotros.”
(Obscuro y cae telón.)
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