¡AY,… MUJERES! (TEATRO BREVE)

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¡AY,… MUJERES! (COMPLETO)

El Autor: Andrés Pablo Medina

 

(Comienza la obra…)

(Cafetería). (Barra). (Al cierre).

BARMAN:

Sí, señor. Que así son…

CLIENTE:

Se le resisten a uno desde un principio, se nos hacen las interesantes, y pasamos de ser hombres, pero hombres, hombres, a ser unos pingajos en manos del deseo y la desesperación.

BARMAN:

Sí, señor. Mujeres…

CLIENTE:

Como perros hocicudos nos arrastramos detrás de sus carnes, recompensa de la cacería, y sin embargo, nos convertimos en las víctimas de la satisfacción que nos causan. Mujeres,…

BARMAN:

Diga que sí, señor.

CLIENTE:

Nos exigen compostura; por ellas somos como somos. Somos hombres más que hombres debido a que ellas son mujeres con nosotros. Esa es la verdad. Y por esto, como pececillos en el anzuelo, nos arrastramos en un tira y afloja en el que nos hacen creer que somos hombres, y lo que pasa es que nos engañan para tenernos bien capturados en sus redes.

BARMAN:

Diga que sí, señor…

CLIENTE:

¿Me equivoco, Gaspar?

BARMAN:

No. (Transición). El otro día, andaba por aquí Don Fernando Siniestra, este señor que se ha divorciado ya cinco veces, y junto a él Mario Melgares con su esposa, ya sabe, el empresario del Opus Dei, ése que se dedica a la conservación de alimentos. Pues bien, en las dos conversaciones surgió el temita de las diferencias, y se encararon. Las cosas que suceden. La mujer lo aclaró todo. Con su temple mujeril apaciguó los ánimos: “Déjense ustedes de bravuconerías y compórtense como hombres, a cada cual le corresponde, y más a usted señor Siniestra, lo que le corresponde. Mario, hay que predicar con el ejemplo”. (Transición). Somos hombres en manos de mujeres para dejar de ser hombres y convertirnos en otra clase de hombres, no sé si me explico… Ellas no nos pretenden, nosotros a ellas sí. Cuando caen en nuestras trampas, nos consideramos hombres. Pero entonces, son ellas, nuestras víctimas, las que con sus sortilegios femeninos nos encandilan, y se tornan los papeles. Comienzan a dominar sobre sus raptores las mismas presas.

CLIENTE:

¡Qué zorras!

BARMAN:

¡Qué listas…!

CLIENTE:

(Transición). ¡Y qué bonitas!

BARMAN:

¡Oh, Dios! Si, señor… preciosas, fabulosas…

CLIENTE:

Algunas son feas y desgraciadas… aunque algunos de nosotros también lo somos.

BARMAN:

Para ellas es importante.

CLIENTE:

Para nosotros es importante que lo sea.

BARMAN:

Una mujer bonita…

CLIENTE:

Una mujer bonita merece el sufrimiento que causa su conquista. Es una pugna contra la adversidad que como hombres nos establecemos. Aunque bien mirado toda conquista es sufriente. Ellas, las mujeres, se encargan de minar el proceso para hacerse valer. ¡Las mujeres! Siempre saben cómo ser encantadoras…

BARMAN:

Mujeres…

CLIENTE:

Todas las mujeres pasan por ser bellas. Y las mujeres bellas terminan por ser todas arpías. Eso es lo que nos encanta… Lo que nos hace hombres.

BARMAN:

Mujeres…

CLIENTE:

Cuando una mujer se lía la manta a la cabeza como todas las mujeres y muestra sus encantos femeninos más allá de lo natural y humano, la tierra tiembla para nosotros los hombres, los superiores, los que dominamos el planeta, y el sexo débil arremete con toda su impronta ante la magnanimidad y fortaleza de los hombres. Quedamos descolocados, desasistidos, en la espera de una servidumbre que nos sitúe nuevamente. He aquí que las mujeres, ese sexo débil y servil, nunca nos amarán. No somos más que hombres deslumbrados por la belleza y la pulcritud. Ellas saben cómo deshacerse de sus tiranos. Nunca nos amarán… Sólo nos usan para ser magnificas, para constituirse como mujeres puras y pulcras.

BARMAN:

Diga que sí, señor. Que nosotros los hombres somos los lacayos de las princesitas.

CLIENTE:

Y creemos ser príncipes azules en la búsqueda y espera de nuestro amor.

BARMAN:

Todas las mujeres son iguales…

LOS DOS:

(Transición). ¡No todas las mujeres son iguales…!

CLIENTE:

Algunas conjugan la belleza con…

BARMAN:

Con la lealtad.

CLIENTE:

Con la misma sumisión que se les replica. (Transición). Bien saben que obtienen así la protección y el cariño de nosotros los hombres, así que cuando se entregan sumidas al amor, a la satisfacción de sus caprichos a cambio de cumplir como amantes ejemplares, a la sumisión recíproca que se produce cuando nosotros como hombres nos unimos a una hembra que nos embelesa y cautiva, ellas, mujeres, se retuercen como serpientes, y ariscas como gatas en celo, destrozan la felicidad por defender su territorio de intrusos imaginarios, inclusive hasta de su propio hombre amante. Hasta aquí llega a desbordarse su sumisión, que finalmente provoca la intrusión de un tercero, y la destrucción de un maravilloso sueño de amor.

BARMAN:

Diga que sí, señor. Pero hay muchos modos de soñar, y de destruir los sueños…

CLIENTE:

¡Ay, mujeres… eso sí que es soñar!

BARMAN:

Desde luego no hay nada mejor que la paz del hogar y la esposa.

CLIENTE:

Sí, sí que sí. Cuando esa paz y esa esposa no se convierten en… ¡En una trampa de explotación de la virilidad!

BARMAN:

Ehhh… ¡ahí!

CLIENTE:

A mí me respetan porque me lo gano, Sebastián.

BARMAN:

Y le soportan porque le necesitan, don Carlos.

CLIENTE:

Mujeres…

(Pausa).

BARMAN:

¿Le pongo otra? Mientras termino de recoger… ¡Invita la casa!

CLIENTE:

Nos desvivimos por ellas, y a cambio recibimos un pasaporte a la mundanal intemperie, quiero decir, conquistarlas consiste en arremeter contra viento y marea contra todo lo viviente, entrar en pugnas contra conocidos y desconocidos, cumplimentar una lista de ruines contiendas como infames y despreciables desalmados. Y una vez desprovistos de toda humanidad, así como nos transformamos por ellas en auténticas bestias informes, nos recompensan la gesta amansando la fiera que han creado, que eso es lo que a ellas les enaltece el ánimo y les hace sentir hembras.

BARMAN:

No quieren más que demostrarse a ellas mismas que pueden hasta con lo que no pueden…

CLIENTE:

Son nuestra debilidad…

BARMAN:

No podemos vivir sin ellas…

CLIENTE:

Sin embargo ellas saben vivir sin nosotros…

BARMAN:

No nos aman…

CLIENTE:

En realidad nos tienen lástima…

BARMAN:

Ellas son nuestras madres, pero nosotros para ellas… ¡Ellos,… los hombres!

CLIENTE:

Sí, los hombres del mundo, los hombres de la casa…

BARMAN:

Tengo la sensación de que nos engañan, don Carlos.

CLIENTE:

Eso es. Verdaderamente nos están engañando. Nos hacen creer que somos importantes, irremplazables. Y, por el contrario, somos unos muñequitos para el divertimento y los mimos de las niñitas. Nos emplazan a su placer. Hacen de nosotros lo que quieren hacer. Si quieren un divo, tienen un divo. Si desean un desastroso harapiento, tienen un desastroso harapiento. Si un maridito, un maridito. Somos objetos de carne y hueso para ellas.

BARMAN:

¡Y hasta las más putas se hacen las interesantes!… Hasta esas se resisten cuando lo están deseando…

CLIENTE:

¡Ahhh…! Para ellas, todas, la carne tiene el mismo valor que la que venden en la carnicería…

BARMAN:

No la consideran como nosotros…

CLIENTE:

No. (Pequeña pausa). Ellas conciben el sexo fundamentalmente como un acto de concepción, aunque tomen medidas para no preñarse. Pero nosotros nos tomamos el sexo como un acto de unión, de fusión con nuestra varona, con nuestra hembra. Para ellas el sexo es una expresión creativa, natural, única, que se provoca y se duplica en la posible reproducción, en la gestación y la supervivencia de la especie. Para nosotros es un acto a través del cual concebimos una sensación de unidad con el otro, de posesión y cohesión. Nos hace sentir hombres, completos y supremos. Realizados. ¡Hombres! ¡Ellas son o no son madres! ¡Así, claramente!

BARMAN:

Para ellas la carne, es tan sólo un medio para…

CLIENTE:

Un medio para dominar, ¡carajo!

BARMAN:

Sí que sí, don Carlos… ¡Ay, Mujeres…!

CLIENTE:

(Transición). ¡Qué buenas y qué ricas están, coño! ¡Son irresistibles, hay que reconocerlo! ¿Se imagina usted el mundo sin ellas?

BARMAN:

No que no me lo imagino.

CLIENTE:

Estaría lleno de travestis y maricones…

BARMAN:

Bueno, ¿y el mundo sin nosotros?

CLIENTE:

Bueno, pues a lo mejor sería un mundo libre y en paz.

BARMAN:

¿Usted cree, don Carlos?

CLIENTE:

¡Por supuesto que sí! Sin guerras… Sin gloriosas gestas ni deslumbrantes conquistas, sin el cortejo viril de toda época y cultura. Las mujeres harán la revolución. Una vez liberadas del pene y del varón para su reproducción y su satisfacción, nos extinguirán. Recuerde usted, Gaspar. En el futuro dominarán las mujeres el planeta, y nosotros los hombres ni existiremos.

BARMAN:

Pues habrá que darse prisa y disfrutar de estas amazonas mientras nos quede…

CLIENTE:

¡Ahhh,… ¿y quién disfruta una mujer?! Se escurren como anguilas.

BARMAN:

Pero hay que reconocer que eso las hace aún más encantadoras…

CLIENTE:

Deseo y desesperación, eso es lo que traen.

BARMAN:

… ¿Y amor quizá, don Carlos?

CLIENTE:

¡Las mujeres no nos aman! ¡Nunca han amado a un hombre! ¡Mienten cuando nos lo dicen! ¡Tan sólo es seducción! Somos nosotros, ignorantes perpetuos, los que sentimos esa ligazón. A los que nos engatusan con esas artimañas. Son nuestros sentimientos incompletos, nuestra naturaleza salvaje y brutal, nuestra misantropía confabulada, lo que se adolece de esa necesidad ante el espíritu femenino. Es ahí el amor. Una falsa dominancia que transmutada nos somete y resultamos así amansados, como un esclavo que se arrastra por su propia voluntad a la esclavitud, como una serpiente encantada que se guía siempre e incluso en el silencio por la flauta de su fakir, como un títere de madera que aspira a la voluntad propia. Y cuando nos violentamos o nos rebelamos, no somos más que la manifestación de un error de cálculo íntimo, de un fallo en el manejo de la cruceta animada, una expresión salvaje y animal, indómita, inhumana de la individualidad; un bruto culpable de hombría.

BARMAN:

Sin embargo, don Carlos, hay quien se rebela hasta el punto de estallar en un arrebato de cólera y llegar a…

CLIENTE:

¡Y llegar al sacrificio y la inmolación de la hieródula!

BARMAN:

¡Qué barbaridad!

CLIENTE:

La destrucción de la belleza, cuando nos irrita, bien porque nos provoca exasperación o bien porque su encarnación nos incita a violentarnos, hace del hombre un monstruo exterminador, asesino, que arrasa y arremete contra todo lo que más admira. La hombría, Gaspar, consiste en mantenerse como un león domesticado, dominado por una hembra y sin perder la fiereza.

BARMAN:

Hay que reconocer que…

CLIENTE:

Hay que reconocer, Gaspar, que ellas nos incitan. Ellas quieren ser bonitas, y no como dicen sólo para ellas, sino también para nosotros. Ellas desean poseer la mejor pareja, el mejor marido. El ídolo, el tótem, el fetiche supremo…

BARMAN:

Bueno,… pero tanto como para llegar a… ¡las manos!

CLIENTE:

¡Ehhh… Ahí! ¡Esa es la cosa! Hay que saber entender…

BARMAN:

Bueno, entender, entender… ¡comprender! ¿No se refiere usted a eso?

CLIENTE:

¡Claro, Gaspar! Con las mujeres hay que ser femenino. Hay que aprender de ellas a ser femenino. Sino la vida es un desastre…

BARMAN:

Yo creo, don Carlos, que lo que pasa es que además de amar, también se odia.

CLIENTE:

Se repudia, Gaspar. Se repudia. Y no se admite ésta repudia sin un castigo que la regañe.

BARMAN:

¡Qué barbaridad!

CLIENTE:

Así son las cosas, y así han sido siempre…

BARMAN:

¡Qué barbaridad!

CLIENTE:

Pero cuando son ellas las que se cansan de nosotros, las que nos odian, las que nos repudian, entonces se enjuicia la situación hasta que nosotros decantamos una conclusión. (Transición). ¡Llevamos la batuta, Gaspar!

BARMAN:

O eso parece.

CLIENTE:

Claro, lo parece porque todos sus deseos son órdenes para nosotros. No nos podemos escabullir ni por asomo. Ellas no tienen más que proponer, que si no se les concede de un modo se les concederá de otro, más tarde o más temprano. Nosotros debemos atenernos siempre a las circunstancias; esto es lo que hay, y hay que acomodarse, que no hay otra cosa.

BARMAN:

Diga que sí, don Carlos. Pero, ¿no será que en ocasiones se intercambian los papeles?

CLIENTE:

No. Ellas son las parturientas, las formadoras, las educadoras de los indómitos hombres. Ellas determinan nuestras hombrías, ellas son las gestoras de la humanidad.

BARMAN:

¡Ay,… mujeres!

CLIENTE:

Si mi esposa hoy, Gaspar, no me hubiese discutido… (Transición). En realidad, Gaspar, soy yo el que discuto con ella. Ella tan sólo se afana en provocarme tal como lo pretende, según su voluntad y sus predicciones. Yo estallo fuera de mí. No domino la situación ni un ápice. Yo exploto como una bomba. Ella arremete como sumo embravecida, pero nunca enajenada.

BARMAN:

…También hay mujeres que pierden la cabeza… ¡No es que yo diga, don Carlos…!

CLIENTE:

Le comprendo, Gaspar, le comprendo. (Transición). Cuando una mujer pierde la cabeza…

BARMAN:

¡Mala cosa!…

CLIENTE:

O un hombre ha perdido la vida, o la vida… O la vida se ha empeñado en hacerle perder la vida a una mujer.

BARMAN:

La verdad, es que al fin y al cabo, hombres y mujeres estamos en el mismo saco.

CLIENTE:

No, Gaspar, no, ellas son “hembras”. ¿Cree usted que puede expirar igual un soldado que una enfermera?, ¿un príncipe que una princesa?

BARMAN:

Yo lo que creo es que unos de una forma, otros de otra… No somos tan distintos.

CLIENTE:

Lo dice usted por consolarme.

BARMAN:

¡Nooo… don Carlos!…

CLIENTE:

Si mi mujer no me hubiese discutido… (Transición). La intuición femenina, Gaspar. Ellas son capaces de prever nuestro comportamiento y hasta nuestras intenciones. Tan sólo ponen en movimiento las piezas del juego necesarias para llevar a cabo sus auténticos deseos. Somos estafermos en manos de… ¡brujas! Eso es lo que son… ¡Como brujas! (Transición). Intuición femenina…

BARMAN:

Son mujeres,… femeninas, atentas… siempre maternales.

CLIENTE:

Son arpías que conspiran, que engañan para embaucarnos a los hombres. Nos determinan nuestra vida, definen nuestros sueños, y colman nuestra existencia con su presencia vigilante, cautelosa.

BARMAN:

Es cierto que los celos…

CLIENTE:

¡Ah, los celos! ¡El arte del amor…! Infestan las relaciones humanas incluso más allá aún de los límites connubiales… Son la extensa malla que cubre las deficiencias entre hombres y mujeres. Es el miedo que se disfraza de deseo. (Transición). ¿Sabe qué haré?

BARMAN:

No.

CLIENTE:

Regresaré a casa. Ella estará esperando…

BARMAN:

¿Y?

CLIENTE:

(Transición). ¡Carajo!, ¡las niñas deben educarse como digo yo! ¡En un colegio público…! ¡Nada de privilegios! ¡Así me eduqué yo, y así se educarán ellas! ¡Coño!

BARMAN:

…Mujeres, mujeres, mujeres…

CLIENTE:

¿Es que acaso no tengo razón, Gaspar?

BARMAN:

¿Y eso, don Carlos?…

CLIENTE:

Ah, Gaspar… (Transición). Regresaré a casa. Me estará esperando…

BARMAN:

Es una buena decisión, don Carlos.

CLIENTE:

No tiene ninguna importancia. Es al fin y al cabo un detalle ínfimo, doméstico, una decisión de trascendencia femenina.

BARMAN:

Como todo, don Carlos…

CLIENTE:

Bueno, como todo… ¡A mí de momento me ha correspondido este whisky!

BARMAN:

Brindaré con usted… ¡Un día es un día!

CLIENTE:

¿Y qué día es hoy?

BARMAN:

Hoy es… Un día cualquiera…

CLIENTE:

¡Pues por ese día cualquiera, el día de las mujeres! Los tres cientos sesenta y cinco días del año… O el día de los hombres, o sea el día de las mujeres…

BARMAN:

(Elevando el vaso). ¡Por ellas…!

CLIENTE:

Por todas ellas…

(Brindan).

CLIENTE:

(Transición). (Saliendo). Pero, Gaspar, ¡te juro que por mí van a ir las niñas a un colegio público! ¡¡Verás que sí!!

BARMAN:

Pues que tengan buena educación, don Carlos. Que mañana habrán de ser mujeres, y eso es lo importante.

CLIENTE:

¿Mujeres?

BARMAN:

Sí… don Carlos. Sí.

CLIENTE:

¡Ay,… mujeres!

(Sale don Carlos). (Cae el telón).

 
 
                                                                       TELÓN Y FIN
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